Era el primer día que pisaban un cole, recuerdo a uno que se pasó toda la mañana llorando porque se quería ir a su casa para jugar con un camión mediano. Yo no sabía qué hacer, porque mira qué experiencia tenía, salido de Magisterio, te acordabas de Vigotsky, de Piaget. Pero no recordabas qué decía Piaget cuando jugaban con un camión mediano. Entonces haces lo que puedes. Recuerdo que ya cuando yo tenía más miedo que ellos, se sentaron y yo les veía muy pequeñitos. Muy pequeños. Yo decía: “Dios mío”. Yo les hablaba muy tranquilamente y les dije: “Mirad, me llamo Antonio”. ¿Cómo les iba a decir José Antonio? Eran tan pequeños. Estuve a punto de decir Toñín. No vamos a… Pero vamos a dejar las cosas… Eso para otro día. Pues yo les dije: “Mirad, me llamo Antonio. Este es un colegio de religiosas”. Y los niños se me quedaban mirando así y no parpadeaban. Y yo dije: “No han entendido lo de religiosas”. Y entonces les dije: “Me llamo Antonio, y este es un colegio de monjas, pero yo no soy monja”. Todos rieron a carcajadas. Yo me asusté porque lo había hecho como explicación aclaratoria, eran tan pequeños que dije: “Oye, esto no puede ser”. Yo me asusté, ellos se rieron mucho y, ¿qué pasa? Pues mira, que ahí anoté una cosa grande en el cuaderno. La casualidad se convirtió en causalidad. Una casual circunstancia se convierte en algo causal y los niños se acercan más a ti cuando les haces sonreír. Entonces noté que es verdad que habrá que respetar a quienes creen que se puede aprender del llorar. Pero, creo que merece la pena dedicar la vida a hacerles sonreír.
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