jueves, 15 de febrero de 2024

Anne Michaels

 Durante la Segunda Guerra Mundial innumerables manuscritos — diarios, memorias, testimonios oculares — se perdieron o fueron destruidos. Quienes no vivieron para recuperarlas ocultaron deliberadamente algunas de estas narraciones — enterrándolas en jardines traseros, metiéndolas en las paredes y debajo de los suelos.

 Otras historias permanecen ocultas en el recuerdo, ni escritas ni relatadas. Y otras se recuperan, sólo por un azar de las circunstancias.

 El poeta Jakob Beer, que fue también traductor de escritos póstumos de la guerra, murió arrollado por un automóvil en Atenas en la primavera de 1993, a la edad de sesenta años. Su mujer estaba junto a él en la acera; sobrevivió a su marido dos días. No tenían hijos.

 Poco antes de su muerte, Beer había empezado a escribir sus memorias. «La experiencia que un hombre tiene de la guerra», escribió en una ocasión, «nunca termina con la guerra. El trabajo de un hombre, como su vida, nunca concluye».


No hay comentarios:

Publicar un comentario