jueves, 7 de diciembre de 2023

William James



Para muchos hombres, la cuestión del valor de la vida queda respondida por un optimismo temperamental que les hace incapaces de creer que pueda existir nada realmente malo. Las obras de nuestro Walt Whitman siguen siendo el mejor manual para esta clase de optimismo. La simple alegría de vivir circula con tal intensidad por las venas de Walt Whitman que anula la posibilidad de cualquier otra clase de sentimiento. ¡Aspirar el aire, qué delicioso! ¡Hablar—andar—asir cualquier cosa! ¡Disponerme para el sueño, para el lecho, para contemplar mi carne rosada! -! ¡Ser este Dios increíble que soy! ] ¡Oh, espiritualidad de las cosas! Yo también canto al sol cuando sale a mediodía o, como ahora, cuando se pone, Yo también me estremezco con el cerebro y con la belleza de la tierra y de todo lo que crece en la tierra, Yo canto, hasta el fin, las igualdades modernas o antiguas, Yo canto los finales infinitos de las cosas, Digo que continúa la Naturaleza, y que continúa la gloria, Yo canto mis alabanzas con voz eléctrica, Pues no veo ni una sola imperfección en el universo, Y no veo, en fin, ni una sola causa o resultado lamentable en el universo.

Tampoco Rousseau tenía nada que contar más allá de su felicidad, al escribir acerca de los nueve años que pasó en Annecy: ¡Cómo decir lo que no fue dicho ni hecho, ni siquiera pensado, sino sólo saboreado y sentido, una felicidad sin más objeto que la emoción misma de la felicidad! Me levantaba con el sol, y era feliz; salía a caminar, y era feliz; veía a “Maman”, y era feliz; la dejaba, y era feliz. Me perdía por los bosques y por los viñedos, deambulaba por los valles, leía, holgazaneaba, trabajaba en el jardín, recogía frutos, ayudaba en el trabajo doméstico, y la felicidad me seguía a todas partes. No se hallaba en ninguna cosa concreta; estaba toda en mí; no podía abandonarme ni por un instante. Si fuera posible convertir en permanentes esta clase de humores y en universales esta clase de constituciones, no habría nunca ocasión para discursos como el presente. Ningún filósofo se esforzaría en demostrar de forma razonada que la vida merece ser vivida, pues el hecho se justificaría por sí solo y el problema desaparecería más por la inexistencia de la pregunta que por la obtención de nada parecido a una respuesta. Pero no somos magos como para convertir el temperamento optimista en universal; y al lado de las manifestaciones propias del optimismo temperamental ante la vida existen siempre las del pesimismo temperamental, y oponen a aquéllas una refutación total. En la llamada “locura circular” las fases de melancolía se suceden con las fases de manía sin que pueda descubrirse ninguna causa externa; y también ocurre a menudo que una misma persona sana ve la vida un día como la encarnación de la alegría y el siguiente como la encarnación del horror, de acuerdo con las fluctuaciones de aquello que los libros médicos más viejos llamaban «las mixturas de los humores».

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