En uno de los grandes contrastes de la historia, el pueblo que dio la bienvenida a Colón, los taíno (o arawak) de las Bahamas, era uno de los más amables jamás registrado. En palabras del propio Colón: «Ni llevan ni saben nada de armas, porque les enseñé espadas y las cogieron por la hoja y se cortaron por ignorancia». «Son un pueblo afectuoso, sin codicia, y aptos para cualquier cosa… no hay mejor tierra ni mejor pueblo. Aman a sus vecinos como a sí mismos, y su lengua es la más dulce y amable del mundo, y siempre sonríen .» Naturalmente, lo primero que hizo Colón fue apoderarse de ellos para saquearlos. «Serían magníficos sirvientes», anotó. «Con cincuenta hombres pueden ser sometidos y obligados a hacer lo que se quiera con ellos.» A continuación se dirigió hacia el sur, adentrándose en las Indias Occidentales, preguntando por cualquier trozo de oro que pudiera encontrar a su alrededor. Exploró las islas más grandes, Cuba y La Española, y no halló nada de valor para robar salvo a los nativos. Siempre al acecho de la oportunidad, observó: «Desde aquí, en nombre de la Santa Trinidad, podemos enviar a todos los esclavos que puedan ser vendidos ». Para demostrar su argumento, secuestró a unos pocos nativos para llevárselos a España como muestra. A continuación dejó un pequeño asentamiento en La Española y zarpó de vuelta a España con aquellas maravillosas noticias.
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