lunes, 19 de junio de 2023

Yalom

 


Una noche en que no podía dormir y anhelaba encontrar algún consuelo, buscó afanosamente en su biblioteca, pero no encontró nada perteneciente a su propio campo que tuviera ni la más remota relación con su situación de vida, nada relativo a cómo hay que vivir, o encontrarles sentido a los días de vida que a uno le quedan. Sin embargo, en determinado momento sus ojos se posaron en un ejemplar muy usado de Así habló Zaratustra, de Nietzsche. Conocía muy bien ese libro, pues décadas atrás lo había estudiado a conciencia para escribir un artículo sobre la importante pero no reconocida influencia que ejerció Nietzsche sobre Freud. Zaratustra era un libro muy valiente que, en su opinión, enseña más que ningún otro a reverenciar ycelebrar la vida. Sí, eso podía ser justo lo que necesitaba. Como estaba muy ansioso y no podía leer sistemáticamente, fue pasando las páginas al azar, yleyó algunos de los párrafos que había subrayado. "Cambiar el “así fue” por “así quise yo que fuera”: sólo a eso lo llamo redención". Para Julius, las palabras de Nietzsche significaban que él debía elegir su vida; es decir, vivirla en vez de ser vivido por ella. En una palabra, debía amar su destino. Y sobrevolaba allí el interrogante que a menudo repetía Zaratustra: si estaríamos dispuestos a repetir la misma vida una y otra vez hasta la eternidad. Extraño experimento mental; sin embargo, cuanto más lo pensaba, más le servía de guía. El mensaje que transmitía Nietzsche era el de vivir nuestra existencia de modo tal que sintamos deseos de repetirla eternamente. Siguió hojeando el libro y se detuvo en dos párrafos muy destacados con marcador rosado: "Consuma tu vida; muere en el momento oportuno". Eso le hizo mella. Vive tu vida intensamente; y después, sólo después, muere. No dejes atrás nada de vida sin vivir. Julius solía comparar las palabras de Nietzsche con un test de Rorschach; eran palabras que ofrecían tantos puntos de vista contrapuestos, que lo que los lectores sacaban enlimpio de ellas dependía de su estado de ánimo. En esta ocasión las leyó con un estado de ánimo muy distinto. La presencia de la muerte hacía imperiosa una manera de leer diferente, más esclarecida. Página tras página veía indicios de una manera panteísta de conectarse que antes no había advertido. Por mucho que Zaratustra exaltara, y hasta glorificara, la soledad, por mucho aislamiento que exigiera para engendrar grandes pensamientos, él tenía el compromiso de amar y levantar a otros, de ayudarlos a perfeccionarse y trascender, de compartir con ellos su madurez. Compartir sumadurez: esas palabras lo afectaron. Guardó de nuevo Zaratustra y se quedó sentado en la penumbra contemplando las luces de los autos que cruzaban el puente Golden Gate mientras meditaba en las palabras de Nietzsche, tratando de comprenderlas. Minutos después "recuperó el conocimiento": ya sabía con exactitud qué hacer y cómo pasar su último año. Viviría tal como lo había hecho el año anterior… y el anterior a ése, y así sucesivamente. Le encantaba ser terapeuta, le encantaba conectarse con otras personas y ayudarlas, y conseguir que algo cobrara vida dentro de ellas. A lo mejor su trabajo era una manera de sublimar la conexión perdida con su esposa; a lo mejor necesitaba el aplauso, la afirmación y gratitud de aquellos a quienes ayudaba. Así y todo, aun si operaran en él sórdidas motivaciones, daba gracias por su trabajo. ¡Dios lo bendiga!, se dijo.

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