El ensayista del siglo xvi Michel de Montaigne ha sido considerado humanista porque se dedicó a aprender de los clásicos y entregó su vida a cultivarse intelectualmente, pero Montaigne se reía de la creencia de que los seres humanos eran superiores a otros animales, rechazaba la idea de que la mente humana fuera reflejo del mundo y ridiculizaba la idea de que fuera la razón lo que permitía vivir bien a los seres humanos. No hay ningún rastro en Montaigne de la creencia en el progreso que más tarde daría forma al humanismo moderno. Como buen escéptico, Montaigne dejaba abierta una ventana a la fe, pero en sus escritos no hay ninguna de las ideas místicas en las que se apoyan las afirmaciones de que los seres humanos son únicos de Sócrates y Platón. Los humanistas de hoy, que afirman tener una forma de ver las cosas totalmente secular, se mofan del misticismo y de la religión, pero la condición única de los humanos es difícil de defender, e incluso de entender, cuando no viene acompañada de la idea de la transcendencia. Desde un punto de vista estrictamente naturalista —uno en el que el mundo se entienda en sus propios términos, sin referencia a ningún creador o reino espiritual—, no hay una jerarquía de valores en la que los seres humanos se encuentren cerca de la cima. Simplemente hay animales variopintos, cada uno de ellos con sus propias necesidades. La unicidad humana es un mito heredado de la religión que los humanistas han reciclado como ciencia.
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