La filosofía existencialista se caracteriza por un constante odio y recelo hacia las personas que parecen no ser en absoluto conscientes de la contingencia y el absurdo de la vida o que, tras haberlos vislumbrado en el pasado y haber sentido terror, ahora escapan de ellos. Desde el punto de vista existencialista, esta huida de la contingencia y el absurdo es un rasgo típico de la clase media, la esencia de la mentalidad burguesa. El proyecto fundamental de estas personas es evadir su propia contingencia y la del mundo al actuar de mala fe. Según se dicen a sí mismos, el mundo no es contingente, sino que está creado, y la humanidad es su eje central. Dan por hecho que tienen una esencia inmortal, que su existencia es inevitable y que existen por decreto divino y no por accidente. Creen que los valores morales y sociales a los que se suscriben son objetivos, absolutos e incuestionables. La sociedad tal y como es —aquello que, en su opinión, se basa en estos valores absolutos— constituye para ellos la única realidad posible. Lo único que deben hacer para reclamar su derecho absoluto a ser respetados por los demás, y a que el respeto de los demás siga manteniendo la ilusión de su necesidad, es cumplir con obediencia el papel que les ha prescrito la sociedad e identificarse por completo con él. Aprenden a verse a sí mismos tan solo como los ven los demás y evitan pensar en sí mismos de un modo filosófico. Insistir en la contingencia y el absurdo de la existencia, tanto de uno mismo como del mundo en general, está completamente prohibido para las personas atrapadas en la mala fe. En la medida de lo posible, evitan pensar en cualquier cosa, excepto al nivel más cotidiano y trillado. Se limitan a tener conversaciones triviales y mencionar hechos rutinarios. Si la conversación amenaza con volverse algo más profunda o filosófica, se ríen con cierto nerviosismo y vergüenza y cambian de tema rápidamente. Los existencialistas los consideran la cosa más absurda de todas, pero lo cierto es que la contingencia total del universo implica que todas las cosas son igual de absurdas.
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