lunes, 6 de febrero de 2023

Robert Walser


 –Bastante desanimado, por Dios, puede quedarse un hombre recto en vista de tan bárbaras muestras doradas, que imprimen al paisaje en el que nos encontramos un sello de interés, avaricia, mísero y desnudo embrutecimiento del espíritu. ¿Necesita en verdad un sencillo y honrado panadero presentarse de modo tan grandilocuente, brillar y relampaguear al sol con su torpe anuncio de oro y plata, como un príncipe o una dudosa dama coqueta? ¡Que hornee y amase su pan con honor y razonable modestia! En qué clase de mundo de engaño empezamos o hemos empezado ya a vivir cuando el municipio, la vecindad y la opinión pública no sólo tolera, sino que al parecer desdichadamente incluso ensalza aquello que ofende a todo buen sentido, a todo sentido de la razón y del agrado, a todo sentido de la belleza y de la probidad, aquello que se jacta de manera enfermiza, que se otorga un ridículo prestigio de barrio bajo, aquello que a cien y más metros de distancia grita al buen y honrado aire: «Soy esto y lo otro. Tengo tanto y cuanto dinero, y puedo permitirme llamar desagradablemente la atención. Sin duda soy un bruto y un majadero y un tipo sin gusto, con mi fea pompa; pero nadie me puede impedir ser bruto y majadero». ¿Guardan estas letras doradas, que se ven relucir desde lejos, estas letras espantosamente brillantes, cualquier relación aceptable, honradamente justificada, cualquier relación de sano parentesco con el... pan? ¡De ninguna manera! Pero las espantosas jactancia y bravuconería han empezado en alguna esquina, en algún rincón del mundo, a alguna hora, como una lamentable y penosa inundación, han hecho progreso tras progreso, arrastrando consigo basura, suciedad y necedad, extendiéndolas por el mundo y han arrastrado también a mi honrado panadero para echar a perder su hasta ahora buen gusto, para socavar su innato decoro. Daría mucho, daría el brazo izquierdo o la pierna izquierda, si con semejante sacrificio pudiera devolver al país y a sus gentes el viejo y buen sentido de la integridad, de la antigua sobriedad, aquella rectitud y modestia que sin duda se han perdido de muchas maneras y para desgracia de todos los hombres honrados. Al diablo con el ansia miserable de parecer más de lo que se es. Es una verdadera catástrofe, que extiende por el mundo el peligro de guerra, la muerte, la miseria, el odio y las heridas y le pone a todo lo que existe una indeseable máscara de maldad y fealdad. Para mí un artesano no es un Monsieur y una mujer sencilla no es una Madame. Pero hoy todo quiere deslumbrar y brillar, ser nuevo y fino y bello, ser Monsieur y Madame, que es un horror. Quizá con el tiempo las cosas vuelvan a cambiar. Yo así lo espero.

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