sábado, 17 de diciembre de 2022

 ¿qué conocimientos y aptitudes queremos que tengan nuestros hijos en 2030? De este modo, en lugar de anticiparnos y adaptarnos, nos estaríamos concentrando en marcar el rumbo y crear. En lugar de preguntarnos qué debemos hacer para ganarnos la vida con uno u otro trabajo absurdo, deberíamos reflexionar sobre cómo queremos ganarnos la vida. Ésta es una cuestión que ningún observador de tendencias sabe responder. ¿Cómo iban a saberlo? Sólo siguen las tendencias, no las crean. Esa parte nos compete a nosotros. Para responder esta pregunta, necesitaremos examinarnos a nosotros mismos y nuestros ideales. ¿Qué queremos? ¿Más tiempo para los amigos, por ejemplo, o para la familia? ¿Para el trabajo de voluntariado? ¿El arte? ¿Los deportes? La educación futura debería prepararnos no sólo para el mercado laboral, sino sobre todo para la vida. ¿Queremos frenar el sector financiero? Entonces quizá deberíamos dar a los economistas en ciernes alguna instrucción sobre filosofía y moral. ¿Queremos más solidaridad entre razas, sexos y grupos socioeconómicos? Pues empecemos en la clase de ciencias sociales. Si reestructuramos la educación en función de nuestros nuevos ideales, el mercado de trabajo seguirá con entusiasmo nuestros pasos. Imaginemos que añadimos más filosofía, historia y arte a los planes de estudio. Sin duda, aumentará la demanda de filósofos, historiadores y artistas. Es lo que, en 1930, John Maynard Keynes imaginó para 2030. El incremento de la prosperidad (y la robotización del trabajo) acabará por permitirnos «valorar los fines por encima de los medios y preferir lo bueno a lo útil». El propósito de una semana laboral más corta no es tanto que todos podamos tumbarnos a no hacer nada, sino que podamos dedicar más tiempo a las cosas que realmente nos importan. Al final, no es el mercado ni la tecnología, sino la sociedad, la que decide lo que de verdad tiene valor. Si queremos que en este siglo todos nosotros nos enriquezcamos, necesitaremos liberarnos del dogma de que todo trabajo es significativo. Y, ya que estamos en ello, librémonos también de la falacia de que un salario más alto refleja automáticamente un mayor valor social. Entonces, es probable que nos demos cuenta de que, en términos de creación de valor, ser banquero no compensa.

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