Entre los grandes creadores, que son los grandes portavoces de los ideales éticos, ninguno más milagroso que el propio Confucio. Éste afirmaba que sus enseñanzas no procedían de una fuente divina y que, de hecho, su fuente de inspiración estaba al alcance de cualquiera. A diferencia de Moisés, Buda, Jesús o Mahoma no proclamó un conjunto de mandamientos. De la misma forma que el hinduismo es el nombre que se da a las religiones de la India, el confucianismo es el que se aplica a las creencias tradicionales de la familia china. Sus rituales o sacrificios «religiosos» no estaban presididos por un sacerdote profesional sino por el jefe de la familia y los sacrificios oficiales eran dirigidos por el jefe del Estado. Confucio insistía en que no hacía sino revivir enseñanzas antiguas.
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