lunes, 5 de septiembre de 2022

  Cuando hace un momento nos oponíais lo «absoluto», afectabais un airecillo profundo, inaccesible, como si os debatieseis en un mundo lejano, con una luz, con unas tinieblas que os pertenecen, dueños de un reino al que nadie fuera de vosotros podría abordar. Nos dispensáis, a nosotros los mortales, unas pocas briznas de los grandes descubrimientos que acabáis de efectuar, algunos restos de vuestras prospecciones. Pero todas nuestras penas sólo logran haceros soltar ese pobre vocablo fruto de vuestras lecturas, de vuestra docta frivolidad, dc vuestra nada libresca y de vuestras angustias de prestado. Lo absoluto: todos nuestros esfuerzos se reducen a minar la sensibilidad que conduce a ello. Nuestra sabiduría -o, más bien, nuestra no-sabiduría- lo repudia; relativista, nos propone un equilibrio, no en la eternidad, sino en el tiempo. El absoluto que evoluciona, esa herejía de Hegel, se ha convertido en nuestro dogma, nuestra trágica ortodoxia, la filosofía de nuestros reflejos. Quien cree poder hurtarse a ella, da prueba de fanfarronería o ceguera. Arrinconados en la apariencia, a veces nos ocurre que abrazamos una sabiduría incompleta, mezcla de sueño e imitación. Si la India, para citar de nuevo a Hegel, representa «el sueño del espíritu infinito», el sesgo de nuestro intelecto, así como el de nuestra sensibilidad, nos obliga a concebir el espíritu encarnado, limitado a encaminamientos históricos, el espíritu sin más, que no abarca el mundo, sino los momentos del mundo, tiempo despedazado al que no escapamos más que a tirones, y cuando traicionamos nuestras apariencias. Como la esfera de la conciencia se encoge en la acción, nadie que actúe puede aspirar a lo universal, pues actuar es aferrarse a las propiedades del ser en detrimento del ser, a una forma de realidad en perjuicio de la realidad. El grado de nuestra liberación se mide por la cantidad de empresas de las que nos hemos emancipado, tanto como por nuestra capacidad de convertir todo objeto en un no-objeto. Pero nada significa hablar de liberación a partir de una humanidad apresurada que ha olvidado que no se podría reconquistar la vida ni gozar de ella sin haberla antes abolido.

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