Los seres humanos no pueden vivir sin hacerse ilusiones. Para los hombres y mujeres de hoy, puede que la fe irracional sea el único antídoto contra el nihilismo. Sin la esperanza en que el futuro será mejor que el pasado, no podrían seguir adelante. En ese caso, puede que necesitemos un Pascal de nuestros días. Ese gran pensador religioso del siglo xvn halló muchos motivos para creer, pero nunca se imaginó capaz de inculcar fe. Al contrario: él abogaba por el aturdimiento de la razón. Pascal sabía que la fe descansa sobre la fuerza de la costumbre: «No nos engañemos: tenemos tanto de autómata como de mente». Sólo sometiéndose a la Iglesia y yendo a misa con otros creyentes era posible acallar la duda. De un modo parecido, sometiéndonos a la autoridad de la ciencia podemos liberarnos del hábito de pensar. Venerando a los científicos y siendo partícipes de sus dones tecnológicos, podemos alcanzar lo que Pascal esperaba conseguir mediante las plegarias, el incienso y el agua bendita. Buscando la compañía de investigadores concienzudos y de máquinas inteligentes podemos anonadar nuestra razón y fortalecer nuestra fe en la humanidad
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