Cerca de París había una comunidad espiritual que había sido fundada por Gurdieff. Este hombre había aprendido en diversos monasterios en los desiertos una serie de danzas y ritmos que, junto con otro tipo de enseñanzas, ayudaban a las personas a desarrollar su espiritualidad. En aquella comunidad, vivía un hombre mayor al que la gente no soportaba. Catalogado como huraño y desagradable, aquel hombre, a pesar de vivir entre ellos, no era aceptado como uno más. Un día, aquel hombre decidió que aquél no era su sitio y se marchó de allí. Al enterarse Gurdieff de lo ocurrido, salió a buscarle hasta que, finalmente, le encontró e intentó convencerle para que volviera, a lo que aquel hombre se negó en redondo. Finalmente, Gurdieff logró que volviera después de prometerle que le pagaría si volvía a vivir en la comunidad. Cuando la gente de ese lugar se enteró de que no sólo tenían que pagar a Gurdieff por vivir en la comunidad, sino que además ahora tenían también que pagar para que aquel ser tan incómodo viviera allí, se rebelaron contra aquella situación. Al enterarse de aquella reacción de sus discípulos, Gurdieff les citó a todos en una sala y les dijo:
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