martes, 3 de mayo de 2022





 Quizá podamos ahora empezar a entender por qué la vida, cuando se la considera como un mundo de opuestos separados, es hasta tal punto frustrante, y por qué el progreso ha llegado a convertirse en la actualidad, no en un crecimiento, sino en un cáncer. Al intentar separar los opuestos para aferrarnos a aquéllos que consideramos positivos, tal como el placer sin dolor, la vida sin la muerte, el bien sin el mal, en realidad nos empeñamos en atrapar fantasmas sin realidad alguna. Lo mismo daría que quisiéramos concretar un mundo de crestas sin senos, de compradores sin vendedores, de izquierdas sin derechas, de dentros sin fueras. Ya señaló Wittgenstein que, como nuestros objetivos no son elevados, sino ilusorios, nuestros problemas no son difíciles sino absurdos.

    Que todos los opuestos —por ejemplo, masa y energía, sujeto y objeto, vida y muerte— sean cada uno el otro en una medida tal que son perfectamente inseparables, es cosa que a la mayoría de nosotros sigue pareciéndonos difícil de creer. Pero esto se debe únicamente a que aceptamos como real la demarcación entre los opuestos. Recuérdese que son las demarcaciones como tales las que crean la existencia aparente de opuestos separados. En una palabra, decir que «la realidad fundamental es una unidad de opuestos» es tanto como decir que en la realidad fundamental no hay fronteras , en ninguna parte.
    El hecho es que las fronteras nos tienen tan fascinados, hasta tal punto estamos bajo el hechizo del pecado de Adán, que hemos olvidado por completo la verdadera naturaleza de las demarcaciones. Porque éstas, del tipo que sean, no se encuentran nunca en el mundo real, sino sólo en la imaginación de los cartógrafos. Cierto que hay muchas clases de líneas en el mundo natural, como la línea de la costa, situada entre los continentes y los océanos que los rodean. De hecho, en la naturaleza hay toda clase de líneas y superficies: los contornos de las hojas y la piel de los organismos, horizontes y líneas de árboles y de lagos, superficies de luz y de sombra, y líneas que delimitan los objetos y el medio en que están. Es obvio que todas esas superficies y líneas están efectivamente ahí, pero son líneas que —como la línea de la costa entre la tierra y el agua— no representan, como generalmente se supone, una mera separación entre tierra y agua. Como tan a menudo ha señalado Alan Watts, las llamadas «líneas divisorias» también representan, precisamente, los lugares en que la tierra y el agua se tocan . Es decir, son líneas que unen y aproximan tanto como dividen y distinguen. Dicho de otra manera, ¡esas líneas no son fronteras! Como pronto veremos, hay una gran diferencia entre una línea y una frontera.

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