En muy resumidas cuentas, lo que el extenso estudio de Piketty viene a decir es lo siguiente: el capitalismo no debe consumirse en crudo . El capitalismo, como las salchichas, tiene que ser cocinado antes, en su caso concreto, por la sociedad democrática y sus instituciones, pues, si no, en crudo, el capitalismo es antisocial. Como bien nos advierte Piketty, «una economía de mercado [...] abandonada a sí misma contiene en su seno [...] poderosas fuerzas de divergencia, potencialmente amenazadoras para nuestras sociedades democráticas y para los valores de justicia social en que están basadas». Muchos estudiosos de la cuestión han optado por describir estas nuevas condiciones englobándolas dentro de la etiqueta del neofeudalismo , un estado de cosas que se caracteriza por una consolidación de la riqueza y del poder de la élite que quedan así muy fuera del alcance de la gente corriente y de los mecanismos del consentimiento democrático. Piketty prefiere hablar más concretamente de un retorno al capitalismo patrimonial , una reversión a una sociedad premoderna en la que las oportunidades vitales de una persona dependen de su riqueza heredada, más que de sus logros meritocráticos. Ahora disponemos de las herramientas para captar bien la destructiva complejidad de la colisión a la que aquí me estoy refiriendo: lo que nos resulta insoportable es que las desigualdades económicas y sociales han vuelto a las antiguas pautas «feudales» preindustriales, pero nosotros, las personas, no . No somos campesinos analfabetos, siervos de la gleba, ni esclavos. Tanto si pertenecemos a la «clase media» como a sectores «marginados», compartimos una misma condición histórica colectiva como personas individualizadas caracterizadas por experiencias sociales y opiniones complejas. Somos cientos (o incluso miles) de millones de personas de la segunda modernidad a quienes la historia ha liberado tanto de la realidad (antaño inmutable) de un destino escrito al nacer como de las condiciones de la sociedad de masas. Nos sabemos merecedores de una dignidad y de la oportunidad de vivir una vida eficaz. Esas son las condiciones de nuestra existencia actual que, como el dentífrico, no pueden volver a ser introducidas en el tubo en el que estaban contenidas una vez que han salido ya de él. Como la destructiva onda expansiva de una detonación, las reverberaciones de dolor y rabia que tan definitorias son ya de nuestra era actual surgen de esa venenosa colisión entre los hechos de la desigualdad y las sensaciones de la desigualdad.
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