Schopenhauer menospreciaba las ideas de emancipación universal que habían empezado a difundirse por toda Europa a mediados del siglo xix. En términos políticos, era un liberal reaccionario que sólo esperaba del Estado protección para su vida y su propiedad. Veía los movimientos revolucionarios de su época con una mezcla de horror y desprecio — llegó incluso a ofrecer a los guardias que disparaban sobre una multitud durante las manifestaciones populares de 1848 los binóculos que utilizaba en la ópera para que los usaran como mira telescópica para sus rifles— . Pero también desdeñaba la filosofía oficial del momento y consideraba a Hegel, el filósofo mejor visto de Europa (de una gran influencia en pensadores posteriores, como, por ejemplo, Marx), poco más que un apologista del poder estatal. En su vida personal, Schopenhauer era cauteloso y sereno. Tenía un sentido muy desarrollado de los peligros de la vida humana. Dormía con pistolas cargadas junto a su cama y se negaba a dejar que su barbero le afeitara el cuello. Le gustaba la compañía, pero a menudo no prefería otra que la suya propia. Nunca se casó, pero parece haber sido muy activo sexualmente. El diario erótico que se encontró entre sus papeles a su muerte fue quemado por su albacea, pero su célebre ensayo Sobre las mujeres le valió una reputación de misógino que no le ha abandonado desde entonces. Era un amante de la costumbre. Durante la etapa final de su vida, en Fráncfort, siguió una rutina diaria invariable. Se levantaba a eso de las siete, escribía hasta el mediodía, tocaba la flauta durante media hora y luego salía a almorzar (siempre en el mismo sitio). Acto seguido, volvía a sus aposentos, leía hasta las cuatro e, inmediatamente después, salía a caminar durante dos horas, caminata que acababa siempre en una biblioteca en la que leía el Times de Londres. Por la noche iba al teatro o a algún concierto, tras lo cual tomaba una cena ligera en un hotel: el Englischer Hof. Se ciñó a este régimen durante casi treinta años. Uno de los pocos episodios memorables en una vida como la suya, tan vacía de acontecimientos dignos de mención, fue consecuencia de su odio a los ruidos. Enfurecido por una costurera que hablaba cerca de sus aposentos, la empujó escaleras abajo. La mujer resultó herida y se querelló contra él. Él perdió el juicio y, de resultas de ello, tuvo que pasarle una cantidad trimestral de dinero durante el, resto de su vida. Cuando ella murió, él escribió en latín sobre su certificado de defunción: Obit anus, abit onus («La vieja ha muerto, me libré de la carga»). A pesar de ser un incrédulo en lo referido a la realidad del yo, Schopenhauer se pasó la vida dedicado a sí mismo.
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