jueves, 12 de mayo de 2022

 Efectivamente, los prejuicios son revelaciones involuntarias de la fecha de una pieza escrita. En su propio tiempo, un respetado teólogo de Cambridge, A. C. Bouquet, fue capaz de comenzar el capítulo sobre el islam en su Religión comparada con estas palabras: «El semita no es un monoteísta natural, como se suponía a mediados del siglo XIX . Es un animista». La obsesión por la raza (como algo opuesto a la cultura) y el revelador uso del singular («El semita... Es un animista») para reducir una pluralidad entera de personas a un único «tipo» no es algo atroz bajo ningún estándar. Pero hay otro diminuto indicador del cambiante Zeitgeist . Ningún profesor de teología de Cambridge ni ningún otro sujeto utilizarían hoy día esas palabras. Tales sutiles pistas de las cambiantes mores nos dicen que Bouquet lo escribió no más tarde de la mitad del siglo XX . De hecho, lo escribió en 1941.

    Retrocedamos otras cuatro décadas y los estándares cambiantes se vuelven inequívocos. En un libro anterior cité la utópica Nueva República de H. G. Wells, y volveré a hacerlo porque es una fantástica ilustración del tema del que estoy hablando.
     
    Y ¿cómo tratará la Nueva República a las razas inferiores? ¿Cómo se las arreglará con los negros?... ¿Con los amarillos?... ¿Con los judíos?... ¿con todos esos enjambres de negros y marrones, de sucios blancos y personas amarillas, que no entran en las nuevas necesidades de eficiencia? Bien, el mundo es el mundo y no una institución de caridad, y es necesario que se vayan... Y el sistema ético de esos hombres de la Nueva República, el sistema ético que dominará el estado mundial, se definirá en primer lugar para favorecer la procreación de lo que es bello, eficiente y hermoso en la humanidad —bellos y fuertes cuerpos, claras y poderosas mentes...—. Y el método que la naturaleza ha utilizado hasta la fecha para conformar el mundo, por el que se previene la propagación de la debilidad... es la muerte... Los hombres de la Nueva República... tendrán un ideal que hará que la muerte merezca la pena.
     
    Esto fue escrito en 1902 y a Wells se le consideraba un progresista en su tiempo. En ese año tales sentimientos, aunque no se estuviera generalmente de acuerdo con ellos, habrían podido formar parte de una argumentación en una fiesta nocturna. Los lectores modernos, por el contrario, se quedarían literalmente boquiabiertos de horror cuando vieran esas palabras.

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