Todas las vidas son únicas, y cada una de ellas es difícil. Nos
solemos sorprender envidiando la vida de los demás. Lo cierto es que no
tendríamos los mismos problemas, al menos no los nuestros. Pero
tendríamos otros: los suyos.
Marilyn Monroe, la más sexy, célebre y libre de las mujeres,
deseada incluso por el presidente de su país, ahogaba su desazón
en el alcohol y murió de sobredosis de barbitúricos. Kart Cobain, el
cantante del grupo Nirvana, convertido en vedete planetaria de la
noche a la mañana, se suicidó antes de haber cumplido los treinta
años. También el suicidio apareció en la vida de Hemingway, a
quien un premio Nobel y una vida fuera de lo común no evitaron
un profundo sentimiento de vacío existencial. En cuanto a
Marguerite Duras, talentosa y capaz, conmovedora, y adulada por
sus amantes, se destruyó mediante el alcohol. Ni el talento, la
gloria, el poder, el dinero o la adulación femenina o masculina
hacen que la vida sea fundamentalmente más fácil.
Y no obstante, existen personas felices que llevan una vida
armoniosa. Por o general, tienen la sensación de que la vida es
generosa. Saben apreciar lo que les rodea y los pequeños placeres
cotidianos: las comidas, el sueño, la serenidad de la naturaleza, la
belleza de la ciudad. Les gusta creer y construir, tanto objetos
como proyectos o relaciones. Esas personas no forman parte ni de
una secta ni de una religión particular. Se las puede encontrar por
las cuatro esquinas del mundo. Algunas son ricas, otras no;
algunas están casadas, otras viven solas; algunas cuentan con
talentos particulares, mientras que otras son perfectamente
normales. Todas han conocido fracasos, decepciones y momentos
difíciles. Nadie escapa a todo eso. Pero en conjunto parecen saber
sortear mejor los obstáculos: se diría que cuentan con una aptitud
particular para crecerse frente a la adversidad, para dar un sentido
a su existencia, como si mantuviesen una relación más íntima con
ellas mismas, con los demás, y con lo que han elegido hacer de su
vida.
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