Herbert von Karajan dijo en una ocasión que sólo vivía para la
música. Sin duda no sabía hasta que punto era cierto: murió
precisamente el año en que se jubiló, tras treinta al frente de la
Orquesta Filarmónica de Berlín. Pero lo más sorprendente es que dos
psicólogos austríacos podrían haberlo predicho. Doce años antes
habían estudiado la manera en que el corazón del maestro
reaccionaba frente a sus diversas actividades.¹ Habían registrado las
mayores variaciones cuando dirigía un fragmento especialmente
cargado de emociones de la obertura Leonora de Beethoven. De
hecho, bastaba con que escuchase de nuevo dicho fragmento para
que se observase casi la misma aceleración del ritmo cardíaco.
En esta composición había fragmentos más difíciles físicamente
para un director de orquesta. Y no obstante, en Karajan, no
producían más que débiles aumentos del ritmo cardíaco. En cuanto al
resto de sus actividades, Barajan parecía tomárselas menos a pecho.
El hacer aterrizar su avión privado o un despegue casi catastrófico no
tenían gran importancia para su corazón. E corazón de Barajan
estaba totalmente inmerso en la música. Y cuando el maestro la dejó,
su corazón no le siguió.
¿Quién no ha oído la historia de un vecino anciano que ha
muerto pocos meses después que su esposa? ¿O el de una tía abuela
que murió poco después de perder a su hijo? La sabiduría popular
diría que se les había “partido el corazón”, Durante mucho tiempo, la
ciencia médica ha tratado este tipo de incidentes con un absoluto
desprecio, considerándolos simples coincidencias. Hace tan sólo
veinte años que diversos equipos de cardiólogos y psiquiatras se han
dedicado a estudiar estas “anécdotas”. Han descubierto que el estrés
es un factor de riesgo incluso más importante que el tabaco en lo
concerniente a las enfermedades del corazón.² También han
descubierto que una depresión a continuación de un infarto predice la
muerte del paciente en los seis meses siguientes con más precisión
que ninguna medición de la función cardíaca.³ Cuando el cerebro
emocional se desajusta, el corazón sufre y acaba por agotarse. Pero
el descubrimiento más sorprendente es que esta relación tiene doble
sentido. En cada instante, el equilibrio de nuestro corazón influye en
nuestro cerebro. Algunos cardiólogos y neurólogos han llegado
incluso a hablar de un sistema corazón cerebro
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