El uso de drogas no tiene nada de específicamente humano. Ya sea en cautividad o en estado salvaje, se ha demostrado que muchos otros animales también buscan sustancias tóxicas. En su libro The Soul o f the Ape, Eugene Marais — que también era adicto a la morfina— mostró que los babuinos chacma salvajes recurrían a estupefacientes para sacudirse el tedio de su estado consciente habitual. En momentos de abundancia, en los que resultaba fácil acceder a otros muchos frutos, hacían lo indecible por buscar y comer un raro fruto con forma de ciruela, tras lo cual mostraban síntomas típicos de embriaguez. En el resumen de sus conclusiones, confirmadas por investigaciones posteriores, Marais escribió: «El uso habitual de venenos con el fin de inducir euforia —una sensación de bienestar mental y felicidad— es un remedio universal para el dolor de conciencia». Se trata de un resultado tan aplicable a los humanos como a los babuinos. La conciencia va unida a los intentos por evadirla. El consumo de drogas es una actividad animaí primordial. Entre los humanos, se pierde en el albor de los tiempos y es casi universal. ¿Qué explica, entonces, la «guerra a las drogas»? La prohibición de las drogas convierte su comercio en una actividad fabulosamente lucrativa. Genera delincuencia y provoca un gran aumento de la población reclusa. Y, a pesar de ello, hay una pandemia de drogas a nivel mundial. Prohibir las drogas ha sido un fracaso. Así pues, ¿por qué no las legaliza ningún gobierno contemporáneo? Hay quien dice que el crimen organizado y la ley están ligados en una simbiosis que bloquea toda reforma radical. Puede que haya algo de cierto en ello, pero la explicación real se ha de buscar en otra parte. Los guerreros más implacables contra la droga han sido siempre los progresistas militantes. En China, el ataque más salvaje al consumo de drogas ocurrió cuando el país se vio convulsionado por una doctrina occidental de emancipación universal: el maoísmo. No es, pues, accidental que la cruzada contra la droga esté liderada en la actualidad por un país ligado a la búsqueda de la felicidad: Estados Unidos. Y es que la guerra puritana contra el placer no es más que el corolario de esa improbable búsqueda. El consumo de drogas es la admisión tácita de una verdad prohibida: la felicidad está fuera del alcance de _la mayoría de personas. La realización personal no se encuentra en la \|ida diaria, sino huyendo de ella. Como la felicidad es inaccesible lo que busca la gran mayoría de la humanidad es el placer. Las culturas religiosas podían, al menos, admitir que la vida terrenal era dura, puesto que prometían otra en la que todas esas lágrimas desaparecerían. Sus sucesores humanistas afirman algo aún más inverosímil: que en el futuro, incluso en el más inmediato, todos podemos ser felices. Las sociedades fundadas sobre la fe en el progreso no pueden admitir la infelicidad de la vida humana como algo normal. De ahí que estén obligadas a declarar la guerra a quienes busquen en la droga una felicidad artificial.
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