sábado, 12 de febrero de 2022

 Es maravilloso cuando la voz interior nos permite saber, mediante imágenes como ésta, que somos hermosos y dignos de amor, y que podemos aceptar esto en un nivel profundo de nuestro ser. Judy Hogan me escribió esto sobre un símbolo que tenía un especial significado para ella: El primer signo que recibí diciéndome que iba por buen camino, y que éste sería algo grandioso independientemente del resultado, fue una alcachofa de mi huerta. Mi marido y yo cultivamos fresas, alcachofas, perejil, ruibarbo, patatas y verduras para ensalada en una pequeña huerta. Una helada nos había quemado las alcachofas y durante dos años se nos habían malogrado las plantas nuevas. Sin embargo ese año, entre el trajín de la familia, el trabajo y nuestras obligaciones comunitarias, habíamos conseguido cultivar plantas fuertes, y una de ellas tenía una flor. Yo había prometido que la dejaría madurar como había hecho con nuestras plantas más logradas. Un día de fines de septiembre me di cuenta de que la planta que tenía la flor se estaba muriendo. Me sentí culpable por no haber prestado más atención a este problema, porque estaba claro que nos quedaríamos sin la planta. Sin embargo, el fin de semana que descubrí aquello fue justo después de haber empezado la escuela y cuando había planeado hacer conservas con las frutas y verduras en mi tiempo «extra». No tenía tiempo ni siquiera para hacer eso, porque estaba agotada por el esfuerzo de comenzar el año escolar. (Yo enseñaba en dos escuelas, con un horario absurdamente exigente.) Entonces, en un impulso, corté la alcachofa y fui a tirarla a la basura, con gran tristeza, no tanto por la pérdida de la planta como por el hecho de que mi vida estuviera tan sujeta a horarios y tan sometida a prisas que ya no me quedara el tiempo durante el cual en años anteriores habría salvado la alcachofa y encontrado algún lugar para ella en la casa. Me quedé durante diez minutos o más ante el cubo de la basura, con la dolorosa revelación de que esa parte de mí que yo consideraba la mejor, porque abarcaba la vida y la naturaleza y reconocía la espiritualidad del amplio diseño del mundo y de mi lugar en él, estaba casi muerta. La había rechazado durante tanto tiempo que ese día apenas pude encontrar, muy hondo dentro de mí, un leve estremecimiento. Me di cuenta de que si seguía así, jamás volvería a ser yo. Aunque la postergación de mis proyectos artísticos y de todo lo que sentía como mi segunda naturaleza a causa de los hijos, la familia y las responsabilidades externas tocaba a su fin, porque mi hijo menor ya estaría en la universidad al año siguiente, allí mismo, entonces, con la alcachofa muerta en la mano, supe que nunca iba a conseguirlo, que el daño era prácticamente irreparable. En un acceso de furia, pánico y esperanza, cogí la alcachofa prometiéndome solemnemente que la llevaría a la escuela para que una amiga que enseña a pintar a la acuarela pudiera usarla para una naturaleza muerta. Era un mínimo gesto, pero se trataba de un comienzo, un clamor desesperado dirigido a mí misma para que salvara esa parte de mí que había desechado, y que era mi propio ser. El lunes llevé la alcachofa a la escuela y la dejé sobre el escritorio de mi amiga. Me sentía feliz de que ella pudiera usarla y de que la alcachofa tuviera un hogar. Sus pétalos estrecha mente cerrados y su forma y su color especiales serían un desafío para los alumnos y proporcionarían tanto un nuevo motivo de interés como una textura original a sus pinturas. Ese miércoles, Judy y su amiga fueron a una conferencia sobre arte en Portland, donde Judy también vio a su médico. Al día siguiente supo que tenía cáncer de ovario y se sometió a cirugía. Después de llevarla al hospital, su amiga se quedó con ella hasta que llegó el marido de Judy Cuando la amiga regresó a la escuela, allí, sobre el escritorio, estaba la alcachofa, en flor, plenamente abierta. Esa misma semana, el marido de Judy se la llevó al hospital, en una lata de atún pintada por la maestra de arte. Cuando Judy Hogan vio la alcachofa, dijo que era una señal de que, aunque las cosas parezcan desalentadoras, siempre hay esperanza. «Había tiempo para que yo floreciera, aunque los acontecimientos recientes apuntaban a la parte cercenada de mi espíritu que yacía en el fondo de la basura. » Esto es lo que yo siento: si puedes seguir siendo una alcachofa, no cuestionas tus estadísticas ni tus probabilidades. Creo que esa es, en parte, la razón de que esta señora aún siga viva. La alcachofa le mostró lo que son capaces de hacer el espíritu y la naturaleza. En su libro Inner Worh [Trabajo interior], Robert A. Johnson dice que Carl Jung creía que Dios necesita agentes humanos para ayudarle en la encarnación de su creación. Tal como observó Thomas Mann en José y sus hermanos, «Dios necesitaba la escalera del sueño de Jacob como un camino para ir y venir entre el cielo y la tierra». Las visiones de los seres humanos construyen escaleras como ésta y transmiten información al consciente colectivo de la humanidad. No se requiere ninguna clase de «factibilidad» que vaya más allá de esto. Sigue luchando por lograr tu objetivo personal. Quizá te parezca que está fuera de tu alcance, pero un día puede aparecer una escalera y tú puedes trepar por ella para alcanzarlo. Para mí, se trata de un círculo completo. Todos formamos parte del mismo sistema. La mente, el cuerpo y el espíritu están integrados, y en nuestras visualizaciones podemos encontrar la presencia del amor y de la espiritualidad. Podemos darnos permiso para potenciarnos, para inducir la autocuración por medio de los aspectos creativos de la poesía, la música, el arte y las imágenes, y dejar que operen dentro de nosotros para ayudar a curar nuestra enfermedad y a sanar nuestra vida.

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