La llegada de Gautama Buda a la tierra como el príncipe Siddharta hacia el año 561 a. C. no fue sino otra etapa en los innumerables procesos de su reencarnación. Y sus vidas anteriores constituyen algunos de los pasajes más interesantes de las escrituras budistas. Registran la forma en que su alma había almacenado méritos que se recompensaban con reencarnaciones cada vez más elevadas y con la realización final que suponía la condición de buda y el nirvana. La historia de la tigresa hambrienta relataba cómo Gautama, en una encarnación anterior en la figura del príncipe Mahasattva, caminaba por la jungla, donde encontró a una tigresa cansada que pocos días antes había dado a luz siete cachorros. Como no podía encontrar carne ni sangre caliente para alimentarlos, todos ellos estaban a punto de morir de hambre. Mahasattva pensó: «Ha llegado el momento de sacrificarme. Durante mucho tiempo he servido a este pútrido cuerpo y le he dado lecho y ropas, comida y bebida y lo he transportado de un lado a otro… ¡Es mucho mejor abandonar este cuerpo desagradecido por decisión propia y en el momento oportuno! No puede subsistir para siempre, porque es como la orina, que necesita salir. Hoy lo utilizaré para una acción sublime y así me servirá como un barco que me ayudará a atravesar el océano del nacimiento y la muerte». Con esas palabras, el príncipe se lanzó a los pies de la tigresa, pero ésta estaba demasiado débil para moverse. Mahasattva, que era «un hombre misericordioso» no llevaba espada. Entonces, cortó su garganta con un afilado fragmento de bambú y cayó cerca de la tigresa, que no tardó en comer toda su carne y su sangre, dejando sólo los huesos. «Era yo —explicó Buda a su discípulo—, que en ese momento era el príncipe Mahasattva».
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