Es indudable que la filosofía ha sido defenestrada históricamente de su pedestal y que pasa por un mal momento, como postula Mario Bunge (2002) en su obra Crisis y reconstrucción de la filosofía. Principalmente, porque a los poderes fácticos no les interesa que la gente piense, de ahí el desmantelamiento de las asignaturas filosóficas en el sistema de enseñanza tradicional dominado por la oligarquía financiera y por la Iglesia Católica. Así, la razón secuestrada y los dogmas impuestos, se constituyen en los pilares de la ignorancia inadvertidamente inoculada en la humanidad generación tras generación. De un modo historicista, académico y cognitivo, la filosofía ha sido sustituida por la psicología, prescindiendo así de la visión filosófica como herramienta instructora del sentido de la vida. En dicha cuestión, importante es recordar la certera observación de Carl Jung: “Aproximadamente una tercera parte de los casos que trato no sufren debido a alguna neurosis clínicamente definible, sino a causa de la falta de sentido y de propósito de sus vidas”. Sin filosofía, ya no hay propósitos profundos sobres los cuales pensar, como desean los poderes fácticos al inocularnos el virus de la desinformación (Otte, 2010), para relegarnos seguidamente en La sociedad de la ignorancia (Mayos et al., 2011) o caverna platónica.
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