miércoles, 9 de febrero de 2022

 “Desgraciadamente, un demonio celoso, mi mala salud, se ha cruzado en mi camino. Desde hace tres años mi oído es cada vez más más débil”, escribía Ludwig en una carta a su amigo y médico Wegeler a principios de 1800. Se presume que su sordera estaba ligada a sus males intestinales, e incluso se especula que ambos padecimientos tenían su origen en la sífilis que azotaba a la época, sin embargo, no hay pruebas que aseguren esa hipótesis.


La anécdota del estreno de la Novena sinfonía, el 7 de mayo de 1824, en el Kärntnertortheater de Viena, es bien conocida: si Beethoven no renunció a la composición mucho menos lo haría a dirigir su última obra después de más de 10 años de ausencia de los escenarios debido a sus múltiples padecimientos. Así que aquella noche, con ayuda de un asistente (Michael Umiauf), Beethoven dirigió de principio a fin aquella partitura que cambiaría la forma de hacer música clásica para siempre por su innovación, contrastes y la libertad creativa de la que gozó. Al final de la presentación, el genio, aún de espaldas, extasiado y sin percibir que el último acto había terminado (pues no escuchaba absolutamente nada), recibió una seña para volverse hacía el público, que lo ovacionaba de pie y sin cesar.

Durante su vida y posterior muerte, existieron varios mitos sobre su persona, como el hecho de que se le asociara con las logias masónicas y que algunas teorías osen dotar de secretos ocultos masónicos a las estrofas elegidas para el acto coral del cuarto movimiento de la Novena.

“Puedo decir que llevo una vida miserable. Hace casi dos años que evito toda clase de sociedad, pues no puedo decir a la gente: soy sordo. Si tuviera cualquier otro oficio, esto sería quizá posible, pero en el mío es una situación terrible. Y con esto mis amigos, que no son pocos, ¿qué dirían? Para darte una idea de esta extraña sordera, te diré que es el teatro debo colocarme cerca de la orquesta para poder oír a los actores. No oigo los tonos elevados de los instrumentos y de las voces cuando me pongo un poco lejos”.

Egoísta, huraño, antisocial, narcisista y víctima del mal de amores, son parte de la fama del genio de Bonn. Verdaderos o falsos estos mitos en torno a su figura, lo cierto es que quién podría mantenerse impasible y regocijante si su mayor talento (y verdadera pasión) fuera coartada por la pérdida de una herramienta (anatómica) indispensable para la creatividad. El estado trágico de su vida es en sí misma una historia propia del Romanticismo, periodo del que fue musicalmente su pionero precisamente con la Novena sinfonía, dejando atrás el período clásico.

En el aspecto más amplio, el proceso de creación de esta pieza sin rastro alguno de su sentido del oído fue toda una proeza: Beethoven compuso hasta el final utilizando un piano. Sin poder escuchar, él se valió de herramientas fabricadas especialmente para que pudiera percibir las vibraciones que emitía el instrumento. Su falta de sentido auditivo no le impediría a un hombre que comenzó a componer desde niño, vislumbrar la música dentro de su mente (a lo Beth Harmon de Gambito de dama orquestando sus movimientos de ajedrez). Así pues, poética y literalmente, Beethoven sentía la música, ¿no son los principios de apegarse a la sensibilidad y los sentimientos las bases del movimiento Romántico? La sordera podrá haber obstaculizado su destreza como intérprete o como director de orquesta, pero nunca como compositor. A pesar de la falsa creencia de que su pérdida de oído (uno de los más finos de la historia de la música, antes de perderlo) mermó su creación, es de hecho esta última etapa de su vida, una de las más fructíferas.

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