«No es más que un hombre como los demás. Ahora pisará todos los derechos humanos con su ambición y solo pensará en elevarse por encima de los demás hasta convertirse en un tirano.» Eso es lo que le dijo Beethoven a su alumno Ferdinand Ries cuando se enteró de que Napoleón se había autocoronado emperador. La desilusión de Beethoven fue inmensa. Había dedicado su tercera sinfonía, su obra más innovadora, a aquel hombre que había encarnado los ideales de la Revolución francesa que él tanto admiraba. Libertad, igualdad y fraternidad. Incluso le había dado el título de Buonaparte a su sinfonía, pero ahora todo se había desvanecido. Su reacción, como siempre en Beethoven, fue visceral. Algunas versiones aseguran que cogió la primera página del manuscrito de la sinfonía y tachó el título con tanta fuerza que agujereó el papel. Cuando la obra se publicó por primera vez en 1806, el compositor tuvo que buscar otro título: Sinfonia eroica, composta per festeggiare il sovvenire di un grand’uomo («Sinfonía heroica, compuesta para celebrar la memoria de un gran hombre»). El título de la obra cambió, pero la obra ya estaba escrita. Las notas eran las mismas.
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