jueves, 13 de enero de 2022



 Carlos, de cincuenta años, banquero de gran éxito, vino a verme a causa de una profunda infelicidad en sus relaciones personales y un miedo muy arraigado, oculto tras una máscara de aparente calma y seguridad. "Es increíblemente fácil engañar a la gente con respecto a mi autoconfianza —dijo—. Y es porque ellos también se sienten inseguros". Divorciado después de quince años de matrimonio, hacía tres años que estaba con una misma mujer, separándose, reconciliándose y volviendo a separarse. "La verdad es que no tengo mucha consideración por ella. Pero ella me adora, se aferra a mí, quiere estar conmigo todo el tiempo. Es una relación segura y simple. Peleamos porque yo no quiero casarme. Yo la humillo, le reprocho sus aventuras anteriores. Ella me echa en cara que yo tengo miedo a comprometerme. Pero, ¿por qué tendría que comprometerme con una mujer que, en realidad, en el fondo, no me interesa? ¿Qué estoy haciendo, pues, con ella?".

 Lo que yo vi cuando miré el rostro de este hombre de mediana edad, cuyos cabellos comenzaban a escasear, fue un chico asustado, confundido, angustiado, que parecía salir a pedir ayuda desde las profundidades de alguna pesadilla de su pasado. Yo sabía perfectamente que no era así como lo veían sus socios, pero me pregunté cómo hacían para no verlo de ese modo. Y pensé que su sensación de invisibilidad debía de aumentar aun más sus sufrimientos.

 Le expliqué a Carlos que le daría el principio de una oración, una oración incompleta, y que él repetiría ese principio y terminaría la oración cada vez con un final diferente, sin preocuparse de que cada final fuera literalmente cierto, o de que alguno de los finales pareciera oponerse a otro. Lo que sigue son unos extractos de nuestras primeras sesiones.
    Le di el principio Si el niño que tengo dentro pudiera hablar, diría..., y éstos son los finales que él añadió:
    Tengo miedo.
    No entiendo.
    ¿Por qué mamá siempre me grita?
    ¿Por qué papá me pega?
    ¿Por qué nada tiene sentido?
    ¿Por qué nade juega conmigo?
    No sé cómo hablar con la gente.
    Siempre tengo pesadillas, y cuando lloro papá me grita.
    ¿Por qué, cuando me estoy bañando, papá entra y se burla de mí?  ¿Por qué nadie me protege?

Mediante la imaginación y la fantasía, Carlos retrocedió en el tiempo para rescatar a su sí-mismo niño, calmar su dolor y darle un consuelo, un apoyo y una firmeza que no había conocido nunca. Al hacerlo, Carlos empezó a "perdonar" a ese niño, a "perdonar" a su sí-mismo niño —a comprender que no era necesario ningún perdón— por el hecho de que no hubiera sabido apañárselas mejor; el niño había luchado por sobrevivir de la única forma que conocía... A medida que Carlos fue asimilando e integrando esta perspectiva, su autoestima comenzó a aumentar.
    Y a medida que su autoestima se fortalecía, empezó de inmediato a parecer más adulto y más masculino. Su si-mismo niño daba vida a su rostro, y no dolor. En las semanas siguientes realizó más cambios, enteramente por iniciativa propia. Empezó a vestirse mejor, ya sin avergonzarse de poder comprar ropa cara. Dejó su modesto apartamento y se mudó a una hermosa casa. Terminó su insatisfactoria relación amorosa de tres años y comenzó a salir con mujeres más inteligentes, realizadas e independientes. Proyectaba más energía y decisión. Parecía más vital.
    Al recuperar e integrar una parte importante pero rechazada de sí mismo, creció en estatura ante sus propios ojos. Al transformar su autoestima, transformó su vida.
    Sugiero que se tome usted un momento para explorar sus sentimientos hacia el niño que fue una vez, para preguntarse sobre el papel que su sí-mismo niño podría ocupar en su vida actual..

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