domingo, 19 de diciembre de 2021

 Por qué deberíamos dar dinero gratis a todo el mundo

 Londres, mayo de 2009. Se lleva a cabo un experimento. Los sujetos del estudio: trece hombres sin hogar. Son veteranos de la calle. Algunos llevan casi cuarenta años durmiendo en el frío suelo de las calles de la City, el centro financiero de Europa. Entre gastos policiales, costes judiciales y servicios sociales, estas trece personas problemáticas suponen un gasto estimado en 400.000 libras (unos 480.000 euros), tal vez más.  Todos los años. El esfuerzo requerido a los servicios municipales y organizaciones benéficas locales para que las cosas sigan así es excesivo. Broadway, una organización de ayuda con sede en Londres, toma una decisión radical: a partir de ahora, los trece consumados vagabundos recibirán tratamiento de VIP. Goodbye a las cartillas de ayuda alimentaria, comedores sociales y albergues. Van a tener un rescate financiero drástico e instantáneo. A partir de ahora, estos sintecho recibirán dinero sin más. Para ser exactos, reciben 3.000 libras en dinero para gastos y no tienen que hacer nada a cambio. Cómo se lo gasten es cosa suya. Si lo desean pueden recurrir a un asesor. No hay ningún requisito, ningún cuestionario que los confunda.  Lo único que les preguntan es: ¿Tú qué crees que necesitas? Clases de jardinería «Yo no esperaba grandes resultados», recordó más adelante un trabajador social. 38 Y sin embargo los deseos de los vagabundos resultaron ser muy comedidos. Un teléfono, un diccionario, un audífono: cada uno tenía sus propias ideas sobre lo que necesitaba. De hecho, la mayoría fueron extremadamente ahorrativos. Al cabo de un año, habían gastado un promedio de sólo 800 libras. Por ejemplo, Simon, que había estado enganchado a la heroína durante veinte años. El dinero cambió su vida. Simon se desenganchó y empezó a tomar clases de jardinería. «Por alguna razón, por primera vez en mi vida todo encajaba —explicó después—. Estoy empezando a cuidarme, me baño y me afeito. Incluso estoy pensando en volver a casa. Tengo dos hijos.» Un año y medio después de que empezara el experimento, siete de los trece vagabundos tenían un techo sobre sus cabezas. Dos más estaban a punto de trasladarse a sus propios apartamentos. Los trece habían dado pasos fundamentales hacia la solvencia y el crecimiento personal. Se apuntaron a cursos, aprendieron a cocinar, se sometieron a rehabilitación, visitaron a sus familias e hicieron planes para el futuro. «Empodera a las personas —dijo uno de los trabajadores sociales sobre la asignación personalizada—. Da oportunidades. Creo que puede cambiar las cosas.» Después de décadas de consentir, castigar, enjuiciar y proteger infructuosamente, se había logrado sacar de las calles a nueve conocidos vagabundos. ¿El coste? Unas 50.000 libras anuales, incluidos los salarios de los trabajadores sociales. En otras palabras, el proyecto no sólo ayudó a trece personas, sino que también redujo considerablemente los costes. Incluso The Economist tuvo que concluir que «la forma más eficiente de gastar dinero en los sintecho podría ser dárselo». 

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