Llegan las huestes conquistadoras. El fuego de las lombardas (cañones) que los indígenas creían que salía de la boca de los que las manejaban, les llena de terror. Luchan, no obstante, y resisten durante tres meses para acabar refugiándose en la miseria de los montes, a donde los van a buscar. Se repiten los gestos de siempre, las mismas aprehensiones, las mismas torturas a los prisioneros para hacerles delatar el refugio del cacique, y a pesar de resistencias heroicas, falla el más débil y habla y el jefe es hecho prisionero. Hatuey es condenado a muerte, a ser quemado vivo por el delito de haber huido, de haberse opuesto a la servidumbre. Ya preparada la hoguera, a punto de ser prendido el fuego, un sacerdote trata de convertir al cacique y de bautizarlo. Hatuey le pregunta por qué quiere hacerlo cristiano, por qué quiere que sea igual a los españoles que son malos. El sacerdote le explica que si se bautiza podrá ir al cielo. "Tornó a preguntar el cacique si iban al cielo cristianos; dijo el padre que sí iban los que eran buenos". Entonces el cacique Hatuey se negó rotundamente a ser bautizado para no encontrárselos. "Esto aconteció al tiempo que lo querían quemar y así luego pusieron fuego a la leña y lo quemaron".
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