martes, 23 de noviembre de 2021

 La risa y la dicha pueden significar, para todas las células del cuerpo, un mensaje sanador que refuerza la vida, mientras que la vergüenza, la culpa y la desesperación pueden generar mensajes destructivos. Tus emociones son químicas. Es fascinante la forma en que determinados pensamientos provocan cambios en el cuerpo. Si eres feliz, tu cuerpo lo sabe, y si te deprimes y pierdes la esperanza, también. Y cuando me refiero al cuerpo estoy hablando de la médula espinal, del revestimiento de los vasos sanguíneos, del hígado... Cada órgano participa en la felicidad o en la tristeza. La conciencia y el conocimiento se dan a nivel de la membrana celular. (La neurofisióloga Candace Pert ha trabajado con los neuropéptidos, y esencialmente cree que el conocimiento y la conciencia terminarán por ser localizados en la membrana celular.) Sabemos que las personas felices tienen un conjunto de neuropéptidos (hormonas) en la sangre diferente del que presentan las personas deprimidas, coléricas o ansiosas. Nuestro sistema nervioso y otros sistemas orgánicos se comunican, por mediación de los neuropéptidos, con todas las células del cuerpo. Nuestros sentimientos viscerales, la forma en que encaramos la vida, el número de glóbulos blancos que producimos, la rapidez con que cicatriza una herida, son todas cosas que están vinculadas entre sí. Frances Hodgson Burnett lo describe muy bien en The Secret Garden, * el libro favorito de mi mujer desde que estaba en la escuela primaria, y que yo también he leído hace poco: Una de las cosas nuevas que la gente empezó a descubrir en este último siglo es que los pensamientos -los meros pensamientos- son tan poderosos como baterías eléctricas: tan buenos para ti como puede ser el sol, o tan malos como el veneno. Dejar que un mal pensamiento o uno triste se te meta en la cabeza es tan peligroso como que penetre en tu cuerpo el estreptococo productor de la escarlatina. Si dejas que se quede en tu interior, es probable que ya no te liberes de él en toda tu vida. Si visualizas un cambio corporal (no es necesario que sepas anatomía para que la imagen sea satisfactoria), tu cuerpo responderá. Si te imaginas que afluye más sangre a tu pierna herida, así será efectivamente. La mente y el cuerpo no son dos entidades separadas, sino una: somos una unidad. La mente y el cuerpo se comunican no sólo mediante las emociones, sino también por medio de la visualización y la meditación, que pueden proporcionarnos otra vía de acceso al inconsciente, a nuestro verdadero camino y a la sanación.

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