martes, 30 de noviembre de 2021

 «Los dados de Darwin han sido desfavorables para la Tierra», señala Wilson. La jugada afortunada que llevó a la especie hu­mana hasta su poder actual ha acarreado la ruina de otras innu­ merables formas de vida. Cuando los seres humanos llegaron al Nuevo Mundo hace unos doce mil años, abundaban en el con­ tinente los mamuts, los mastodontes, los camellos, los perezosos de tierra gigantes y docenas de otras especies similares. La mayo­ ría de esas especies autóctonas fueron cazadas hasta la extinción. 

América del Norte perdió, según Diamond, más del 70% de sus grandes mamíferos y América del Sur, el 80%.
La destrucción del mundo natural no es el resultado del ca­ pitalismo global, de la industrialización, de la «civilización oc­ cidental» o de algún fallo en las instituciones humanas. Es con­ secuencia del éxito evolutivo de un primate excepcionalmente voraz. A lo largo de toda la historia y la prehistoria, el progre­ so humano ha coincidido con la devastación ecológica.
Es cierto que algunos pueblos tradicionales vivieron en equi­ librio con la Tierra durante períodos prolongados. Los inuit y los bosquimanos desarrollaron modos de vida que tenían un es­ caso impacto. Nosotros no podemos pasar tan de puntillas por la Tierra. El Homo rapiens se ha hecho demasiado numeroso.
El estudio de la población no es una ciencia muy exacta. Na­ die predijo el colapso poblacional que está teniendo lugar en la Rusia europea poscomunista, ni la escala de la caída de la fertili­ dad que se está produciendo en buena parte del mundo. El mar­ gen de error en los cálculos de la fertilidad y de la esperanza de vida es amplio. Aun así, es inevitable un gran aumento adicio­ nal. Tal y como aprecia Morrison, «aun asumiendo un descenso de la tasa de nacimientos debido a factores sociales y un incre­ mento de la tasa de fallecimientos debido al hambre, a la enfer­ medad y a los genocidios, la actual población mundial de más de 6.000 millones de personas crecerá al menos en 1.200 millones de habitantes hasta el año 2050».
Una población humana cercana a los 8.000 millones de per­ sonas sólo puede ser mantenida desolando la Tierra. Si el hábi­ 19 tat salvaje se dedica al cultivo y al poblamiento humano, si las selvas tropicales pueden ser convertidas en desiertos verdes, si la ingeniería genética hace posible que se extraigan rendimientos cada vez mayores de unos terrenos cada vez más mermados, en­tonces los seres humanos acabarán creando para sí mismos una nueva era geológica, la eremozoica, la «era de la soledad», en la que sobre la Tierra quedará poca cosa más que ellos mismos y el entorno protésico que los mantenga con vida.
Pero por muy horrible que sea esa visión, no es más que una pesadilla que no se llegará a hacer realidad. O bien los propios mecanismos autorreguladores de la Tierra hacen el planeta me­ nos habitable para los humanos, o bien los efectos secundarios de sus propias actividades cortarán en seco su actual expansión de­ mográfica.
Lovelock sugiere cuatro resultados posibles para la Primate- maia disseminata: «La destrucción de los organismos infecciosos invasores; la infección crónica; la destrucción del huésped; o una simbiosis, una relación duradera de beneficio mutuo entre el huésped y el invasor».
De los cuatro resultados, el último es el menos probable. La humanidad nunca iniciará una simbiosis con la Tierra. Pero tampoco destruirá a su huésped planetario (el tercer resultado posible según Lovelock). La biosfera es más vieja y más fuerte de lo que los seres humanos jamás llegarán a ser. Tal y como escri­ be Margulis, «ninguna cultura humana, por muy grande que sea su inventiva, puede acabar con la vida en este planeta, ni aunque se lo propusiera».
Tampoco pueden los seres humanos infectar a su huésped de manera crónica. Cierto es que la actividad humana ya está alte­ rando el equilibrio planetario. La producción de gases invernade­ ro ha cambiado los ecosistemas globales de forma irreversible. En pleno proceso de industrialización a nivel mundial, esos cambios no harán más que acelerarse. En el peor de los casos (un panora­ ma que algunos científicos se están tomando muy en serio), el cam­ bio climático podría destruir países costeros tan poblados como 20 Bangladesh y provocar una crisis agrícola en otras zonas del mun­do —un auténtico desastre para miles de millones de personas— antes del final del presente siglo.
No se puede saber con certeza la escala del cambio actual­mente en marcha. En un sistema caótico, es imposible predecir con exactitud ni siquiera el futuro más inmediato. Pero parece probable que ya estén cambiando las condiciones de la vida de buena parte de la humanidad y que amplios sectores de ésta se es­tén enfrentando hoy a climas mucho menos acogedores que anta­ño. Según ha sugerido el propio Lovelock, el cambio climático puede ser un mecanismo mediante el cual el planeta se esté ali­gerando de su carga humana.
Es posible que, como consecuencia del cambio climático, surjan nuevos modelos de enfermedad que reduzcan la pobla­ción humana. Nuestros cuerpos son comunidades bacterianas, ligadas indisolublemente a una biosfera también bacteriana en gran parte. La epidemiología y la microbiología constituyen me­jores guías para conocer nuestro futuro que cualquiera de nues­tras esperanzas o planes.

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