A diferencia de Kant, Schópenhauer se mostró dispuesto a seguir a sus pensamientos allá adonde le condujesen. Kant sostenía que a menos que aceptemos que somos individuos autónomos que escogen libremente, no nos será posible entender nuestra experiencia moral. Schópenhauer replicó que nuestra experiencia real no es una en la que elegimos libremente nuestro modo de vida, sino una en la que somos arrastrados por nuestras necesidades físicas: el miedo, el hambre y, por encima de todo, el sexo. El sexo, tal y como escribió Schopenhauer en uno de los múltiples pasajes de inimitable expresividad que animan sus obras, «es el fin último de casi todos los esfuerzos humanos [...] Sabe cómo arreglárselas para deslizar sus notas y sus rizos amorosos dentro de carpetas ministeriales y de manuscritos filosóficos». Cuando somos presa del amor sexual, nos decimos a nosotros mismos que seremos felices en cuanto se haya satisfecho; pero eso no es más que un espejismo. La pasión sexual hace posible que la especie se reproduzca; no le importa lo más mínimo el bienestar individual o la autonomía personal. No es verdad que nuestra experiencia nos conmine a concebirnos a nosotros mismos como agentes libres. Al contrario: si nos lanzamos una mirada sincera a nosotros mismos, sabemos que no lo somos.
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