La estrategia de aferrarse no es una estrategia en absoluto. No está en tu poder preservar el pasado. Hay otras personas que tienen algo que decir sobre el asunto. Y la suerte. Un buen amigo muere en un accidente. No hay nada en el mundo que pueda devolvértelo. ¿A qué vas a aferrarte? Tienes que seguir adelante sin él, aunque el dolor sea desgarrador. La gente que insiste en aferrarse a las cosas no comprende que la pérdida es una parte de la vida. Aunque tu vida haya sido un camino de rosas, no por ello eres inmune a la pérdida. Lo que crees que puedes llamar tuyo se perderá, ya sea algo material, ya sea un ser humano. Aunque se te haya concedido dar el último suspiro junto a tus seres queridos, aun así lo perderás todo al final. Así son las cosas. Acéptalo. Es algo que aceptamos ya de niños. Tu madre te lava los pantalones, y en uno de los bolsillos había un cromo de Pokemon por el que te envidiaban todos los compañeros de clase. Se te quedan pequeñas tus deportivas preferidas. Una cosa es segura, nunca volverás a ponerte un par que se te ha quedado pequeño sin hacerte un esguince. Y así durante toda la vida. El coche que fue tu fiel compañero desde que tenías diecinueve años y durante la universidad y en los primeros años de tu vida laboral termina inevitablemente en el desguace. Pierdes a tus seres queridos. O de repente hay 300 o 3000 kilómetros que os separan. O la ira y la rabia. Cuando llega el momento de decir adiós a ciertas cosas, relaciones y fases de la vida, no hay elección. Sucede. Lo único que puedes hacer es aceptar la pérdida. No aferrarte a ella. Asumirla. Si lo que has perdido no significaba mucho para ti, es fácil. A veces hasta te alegras de deshacerte de algo. ¿Llevas años torturándote en el trabajo y ahora tienes la posibilidad de algo nuevo? Entonces no hay nada que te detenga. No se te romperá el corazón si se te cae ese jarrón de cerámica que compraste en el mercadillo de la iglesia, y se te hace añicos. ¡Deberías haberlo tirado a la basura hace años! Pero si llevas algo en el corazón, desprenderte de ello será cualquier cosa menos fácil. Dar algo por terminado causa pesar. Y eso duele. Las personas que lloran una pérdida se sienten impotentes y solas, enfadadas y tristes. Así que asumir que una transición en la vida es siempre un tiempo de angustia. ¿Hay algo que pueda ahorrártelo? No. Si no pasas esa angustia, no pasas página. Y no se trata solo de ti. Todo lo que pierdes merece un periodo apropiado de duelo. Es una cuestión de respeto. No se trata solo de enterrar a una persona y dejar que el difunto se vaya sin reconocimiento. De cerrar la tapadera y se acabó de todo. Nos reunimos en su casa, ante su sepultura, lloramos juntos y hablamos y le recordamos. Así es cómo apreciamos a los difuntos. Un funeral sin un «¿Recuerdas cuando…?» no es un funeral muy digno. La razón por la que se llama ceremonia conmemorativa es porque celebramos la pausa de silencio que marca nuestra vida. Cuando lo dejamos atrás, podemos pasar a algo nuevo. El gesto de arrojar tierra sobre el ataúd es la primera señal de nuestra disposición a enterrar la pena. Primero el respeto. Después el duelo. Luego dejar atrás. Así es la vida. Llorar las pérdidas pequeñas y las grandes es una forma eficaz de sobrellevarlas. Pero no es una solución al problema. Falta algo para que seamos capaces de pasar página.
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