lunes, 10 de mayo de 2021

 Una mujer confiesa una infidelidad sexual; un hombre admite que ha perpetrado una violación; un empleado reconoce haberse apropiado de los fondos de la empresa; un adolescente cuenta haber herido adrede a su hermano menor; un científico admite haber falsificado datos; un padre confiesa haber sido cruel y desconsiderado con respecto a las necesidades de sus hijos; un profesor reconoce haber aprovechado el trabajo de un alumno para mejorar su prestigio; una secretaria admite haber faltado a su empleo, con la excusa de estar enferma, para salir con su novio; un periodista confiesa haber inventado chismes con fines maliciosos. Algunas de estas acciones pueden ser triviales, otras tienen trágicas consecuencias. Pero cuando en la terapia nuestros pacientes hablan de ellas transmitiéndonos su sentimiento de culpa, ¿qué hacemos para repararlo?

    Generalmente, decimos algo así como: "Veo que se siente desdichado y se reprocha lo que ha hecho. Tratemos de entender por qué lo hizo. ¿Cuáles fueron los sentimientos y motivos que lo impulsaron a actuar de ese modo? ¿Podemos analizar eso?" (No gritamos recriminaciones, ni tampoco decimos: "Lo que hizo estuvo bien. No tiene por qué sentirse mal.")
    Debe usted recordar que, cuando actúa, en algún sentido siempre está luchando por satisfacer sus necesidades (lo mismo es válido para todos los organismos vivientes). Nuestras acciones siempre están relacionadas con nuestros esfuerzos para sobrevivir, para proteger al yo, para mantener el equilibrio, para evitar el miedo y el dolor, para madurar o para crecer. Aun cuando el camino elegido esté equivocado, aun si objetivamente nos entregamos a la autodestrucción, subjetivamente, en algún nivel, estamos tratando de salvarnos, como en el caso de un suicida que busca escapar de un dolor intolerable.
    Empero, entender las raíces de las conductas impropias, no significa que las personas implicadas "no pudieron evitarlo". Ni la comprensión ni la compasión suponen negar la responsabilidad.
    De hecho, cuando una persona ha cometido una equivocación con respecto a la cual se siente culpable, dirijo su atención hacia las acciones que podría realizar para permitirse el auto perdón. El auto perdón puede exigir más que la comprensión y la compasión antes mencionados. Teniendo en cuenta que a veces hay circunstancias especiales que requieren consideraciones especiales, existen en general medidas bastante específicas que pueden liberarnos de la culpa.
    La primera es reconocer (hacer real ante nosotros mismos, en lugar de negar o ignorar) que somos nosotros los que hemos realizado esa acción particular.
    La segunda, si otra persona ha resultado herida por nuestra acción, es reconocer explícitamente ante esa persona (o personas) el daño que hemos hecho y transmitir nuestra comprensión de las consecuencias de nuestra conducta, suponiendo que ello sea posible.
    La tercera es realizar todas las acciones a nuestro alcance que puedan enmendar o minimizar el daño que hemos causado (devolver dinero robado, rectificar una mentira, etcétera).
    Por último, es necesario que nos comprometamos firmemente a comportarnos de una manera diferente en el futuro, porque sin un cambio de conducta volveremos a desarrollar continuamente la desconfianza.
    Desde luego, también es necesario, como medida inicial, estar dispuestos a explorar las razones por las cuales realizamos dicha acción. Si evitamos eso, no nos liberaremos de la culpa, y es muy probable que repitamos el modelo de conducta inadecuada.
    Por supuesto, algunos delitos son tan terribles que el auto perdón del tipo que estoy describiendo aquí es poco realista o imposible; para citar sólo dos ejemplos, las acciones del torturador de un campo de concentración o de un genocida no se resuelven por esta vía. Pero esa clase de gente tampoco suele hacer psicoterapia o leer libros sobre la autoestima.
    Para aquellos a quienes si concierne este análisis, existen evidencias abrumadoras de que si aprendemos a comprendernos y perdonarnos, nuestra conducta tiende a mejorar. En cambio, si seguimos condenándonos sin piedad, nuestra conducta (como nuestra autoestima) tiende a empeorar.

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