sábado, 29 de mayo de 2021

 


Hay crímenes de pasión y crímenes de lógica. El Código Penal los distingue, asaz cómodamente, por la premeditación. Vivimos en la época de la premeditación y del crimen perfecto. Nuestros criminales ya no son aquellos jovenzuelos desarmados que invocaban la excusa del amor. Por el contrario, son adultos, y su coartada es irrefutable: es la filosofía, que puede servir para todo, hasta para transformar a los criminales en jueces.
    Heathcliff, en Cumbres borrascosas , mataría a la tierra entera para poseer a Cathy, pero no se le ocurriría decir que este crimen es razonable o que está justificado por un sistema. Lo llevaría a cabo, en lo que se resume toda su creencia. Ello supone la fuerza del amor, y el carácter. Siendo escasa la fuerza del amor, el crimen resulta excepcional y conserva entonces su aire de efracción. Pero desde el momento en que, falto de carácter, corre el criminal a procurarse una doctrina, desde el instante en que se razona el crimen, prolifera como la razón misma, toma todas las figuras del silogismo. De solitario que era, como el grito, se ha hecho universal como la ciencia. Juzgado ayer, hoy dicta la ley.

  Mientras tanto, un asombroso número de padre y madres, solteros o emparejados, se han adaptado alegremente a un atosigante modo de vida combinando de algún modo la crianza de los hijos con jornadas aún más largas en empleos cada vez más exigentes e inseguros. En vez de quejarse o rebelarse, muchos parecen tomarse la presión como una prueba de su capacidad personal para superarse constantemente, de manera muy similar a los atletas de elite. Inmersos en el modo de vida capitalista contemporáneo, los padres y madres cumplen con las expectativas sociales a las que ellos mismos se someten, mostrando buen ánimo ante la estricta reglamentación de un autoimpuesto y rígido régimen temporal, mostrándose orgullosos de soportar las penurias de una nueva clase de «ascetismo íntimo-mundano» al servicio de una carrera profesional, de los ingresos, del consumo y de la formación de capital humano. De hecho, contemplando a la idealizada familia de clase media actual, se tiene la tentación de hablar del ascenso de una nueva ética protestante que lleva a una racionalización cada vez más detallada de la vida diaria. A ello contribuyen las crecientes exigencias que plantea la educación de los hijos y que responden a la necesidad percibida por los padres de que la próxima generación adquiera tan pronto como sea posible el capital humano que los cada vez más competitivos mercados de trabajo del futuro probablemente le exijan. Mientras los hijos «de calidad» aprenden chino a los tres años en la escuela infantil, sus padres «de calidad» trabajan largas horas para poder pagar el cuidado «de calidad» de sus hijos que ellos no tienen tiempo de proporcionar y el todoterreno que necesitan para el tiempo «de calidad» que pasan con sus retoños durante sus –raros– fines de semana libres. Que la muy presionada vida familiar actual no esté libre de tensiones se muestra, entre otras cosas, por la mala conciencia que a menudo se señala en las mujeres, bien por «trabajar» y desatender a sus hijos, o bien por «no trabajar» y no poder demostrar su valor ganando dinero en el mercado. Desde luego, los gobiernos y los empleadores, así como el discurso público culturalmente hegemónico de la sociedad capitalista contemporánea, hacen lo que pueden para disuadir a las mujeres de lo primero y, donde todavía sea necesario, convencerlas de lo segundo.


 

  1. “El infinito ciclo de las ideas y de los actos, infinita invención, experimento infinito, trae conocimiento de la movilidad, pero no de la quietud; conocimiento del habla, pero no del silencio; conocimiento de las palabras e ignorancia de la palabra.”

viernes, 28 de mayo de 2021



 De David Benatar se ha dicho que podría ser "el filósofo más pesimista del mundo" por su convencimiento de que la vida es terrible y no merece en absoluto ser vivida.

¿Puede por favor explicarnos qué defiende la corriente filosófica conocida como antinatalismo?

El antinatalismo defiende que no se deberían traer nuevas personas al mundo.

¿Y por qué no?

Hay muchas buenas razones, me parece a mí. Una de las razones es que no se debería dar vida a nuevas personas por el sufrimiento que esos individuos experimentarán.

Hay numerosos argumentos al respecto, pero uno de ellos es que hay mucho dolor y sufrimiento en la existencia humana, así que por eso mismo es un error traer nuevos seres humanos al mundo.

Pero en la vida también hay cosas buenas…

Sí, es cierto, también hay cosas buenas. Pero la cuestión es si las cosas buenas valen la pena ante el dolor de las cosas malas.

Me parece que con frecuencia la gente olvida lo malas que son las cosas malas de la vida. Hay numerosas evidencias psicológicas de que la gente sobrestima su calidad de vida y piensa que es mejor de lo que en realidad es.

Otro error frecuente es pensar en el futuro y no darse cuenta de la cantidad de sufrimiento que muy probablemente tendrán al final de sus vidas.

Piense en cómo muere la gente, piense en el cáncer, en las enfermedades infecciosas, en las dolencias… Hay mucho sufrimiento al final de la vida, mucho. Y a la gente eso con frecuencia se le olvida.

Pero si usted tiene razón y efectivamente la vida es tan terrible, a la gente siempre le queda el recurso de suicidarse, ¿no?

Sí, pero el suicidio, en primer lugar, tiene un coste que te ahorrarías si nunca llegaras a nacer. Si uno no nace, si no llega a existir nunca, evita las cosas malas de la vida sin ningún tipo de coste.

Suicidarse puede ser el menor de los males, pero sigue siendo un mal, algo que está mal, la gente de hecho no quiere morir. Por eso, la mayoría continúa con su existencia, a pesar de que no les guste y de que ésta no sea buena.

Y otro de los costes del suicidio está también en el dolor y el sufrimiento que generas en la gente que dejas detrás de ti.

Pero los seres humanos estamos hechos para reproducirnos, la reproducción es algo natural. ¿El antinatalismo no es por tanto algo contrario a la naturaleza?

No todo lo que es natural es bueno. Sufrir enfermedades, por ejemplo, es algo completamente natural. Y no porque sea natural se aconseja a la gente que deje de tratarse médicamente o de someterse a operaciones.

La agresión es también una forma de expresión natural entre los humanos y otros animales, y no nos parece bien ceder ante ella o ante otro tipo de impulsos naturales.

Lo que es natural y lo que es moral o éticamente deseable o recomendable son cosas diferentes.

Entonces, ¿para usted el aborto es algo ética o moralmente defendible?

Sí, por supuesto. El antinatalismo defiende que es un error traer nuevas personas al mundo, y el aborto es uno de los medios para lograrlo.

Los seres humanos no somos los únicos que sufrimos, también muchos animales llevan vidas muy perras. ¿Qué hacemos con ellos? ¿Los exterminamos para ahorrarles el dolor de la existencia?

Hay una enorme diferencia entre exterminar y extinguirse al morir.

Exterminar es matar, y yo no estoy a favor de matar seres humanos ni de matar animales. Tal vez hay algunas raras excepciones, algunos escenarios en los que lo podría contemplar.

Pero, en general, no apoyo que se mate a personas o que se mate a animales. Pero estoy a favor de la extinción, y uno de los modos de extinguirse en no dando vida a nuevos seres.

En el caso de los animales, hay muchos que crecen en libertad, que el ser humano no cría. Pero hay otros muchos que sí que los cría, como por ejemplo los animales de granja a los que criamos para matarlos y luego comérnoslos.

Respecto a los animales de granja, a los que estamos provocando un sufrimiento inenarrable y a los que luego matamos, yo dejaría de criarlos.

Nos podemos alimentar perfectamente sin ellos.

Y en lugar de extinguirnos, de dejar de traer hijos al mundo, ¿no podríamos mejorar el mundo para que la vida no fuera tan dura?

Bueno, yo creo que siempre estamos mejorando el mundo y que los que existimos debemos hacer todo lo que podamos para mejorarlo.

Pero es excesivamente optimista pensar que vamos a mejorar el mundo hasta eliminar el sufrimiento de él y poder tener hijos que no vayan a sentir el dolor que lleva implícito vivir.

Pero incluso si pudiéramos, sería algo tan lejano en el futuro que implicaría muchas generaciones, generaciones a las que se estaría ocasionando un enorme dolor por haberlas traído a este mundo.

Y el sacrificar a varias generaciones en nombre de las del futuro me parece algo indecente.

Siendo la vida tan terrible, ¿por qué cree usted que la gente decide tener hijos?

No lo sé. Mucha gente no piensa lo que significa tener hijos, simplemente los tiene. La mitad de los niños del planeta aproximadamente no son deseados.

Hay gente que sí se lo piensa, y en esos casos la mayoría de los motivos que se dan para tener hijos son motivos basados en su propio interés: porque quieren que sus genes pasen a alguien, porque quieren experimentar lo que es tener y criar un hijo… Hay incluso quien lo envuelve de altruismo, quien tiene hijos pensando en la comunidad, en satisfacer el deseo de sus padres de tener nietos.

Pero, en la mayoría de los casos, creo que la gente simplemente no se pregunta lo que verdaderamente significa tener un hijo.

Y no se lo pregunta porque es algo tan común, tan habitual, que se da por descontado que hay que tenerlos. Muy pocas personas se preguntan realmente sobre las cuestiones éticas que implica traer al mundo a un ser humano.

Pero pongamos por ejemplo el caso de un niño que acaba de nacer y que va a tener una buena vida, una vida plena y feliz. ¿No sería inmoral privarle de esa buena vida?

Bueno, ese niño podrá ser feliz en algunos momentos determinados, no se lo discuto. Pero cuando se trae un niño al mundo no se le trae sólo para esos momentos felices. Ese niño se hará también viejo y sufrirá, enfermará, morirá en el futuro. Tenemos que pensar en su vida al completo, no sólo en los momentos agradables que vivirá.

Y luego piense: los niños son desagraciados muchas veces, sólo hay que fijarse en el mucho tiempo que pasan llorando los bebés, en las muchas decepciones y frustraciones que tienen que afrontar.

Pero incluso si hablamos de un niño genuinamente feliz, podría ser un caso de lo que se llama "preferencias adaptativas" (N. del E.: preferencias que se generan en circunstancias de restricción de oportunidades).

Pensemos por ejemplo en un grupo de personas que educa a otras para que sean sus esclavos. Esas personas esclavizadas podrían estar contentas con su condición y tal vez no les importaría ser esclavos, porque han sido criadas para pensar eso. Pues bien: yo estaría en contra de eso, aunque esa gente fuera feliz.

Los padres, según su razonamiento, son responsables del sufrimiento que sus hijos van a sentir por haber decidido traerlos al mundo. ¿Son también responsables del sufrimiento de los hijos de sus hijos, y de los hijos que probablemente tendrán sus nietos, y así sucesivamente?

En cierto modo sí, indirectamente. No es que tengan la responsabilidad completa, esa sólo les puede ser atribuida por tener a sus propios hijos.

Pero cuando alguien decide reproducirse, debe saber que está engendrando a potenciales reproductores. Y si uno piensa en todas las generaciones que siguen a una decisión reproductiva particular, se da cuenta de la gran responsabilidad que eso conlleva.

¿Cree usted que su idea de que la gente deje de reproducirse y la especie humana se extinga tendrá éxito alguna vez?

No, no lo creo, al menos no a gran escala. Creo que habrá algunos individuos que decidan no procrear, de hecho ya conozco a bastantes de ellos. Pero considero que el antinatalismo puede tener éxito a pequeña escala.

Y aunque sea a pequeña escala es importante, porque significa que se le ahorrará sufrimiento a mucha gente por no traerla al mundo.

Yo no soy un ingenuo, no creo que vaya a convencer a todo el mundo de mis ideas. Pero creo firmemente que lo que digo es la verdad y me gustaría que la gente se lo planteara y pensara en lo que significa tener hijos.

¿Le reprocha a sus padres el que le hayan traído al mundo?

Quizás le interesaría echar un vistazo a la dedicatoria de mi libro "Better Never to Have Been" (Mejor no haber existido nunca).

Sí, la he leído. Dice así: "A mis padres, a pesar de haberme dado la vida"

Pues ya lo sabe. No quiero añadir nada más al respecto.

https://www.bbc.com/mundo/noticias-42240299



 "Ahí es dónde estamos, en el mundo de los silencios. Escondidos detrás de lo que no se dice".



 

Me voy, me siento vago. No me atrevo a tomar una decisión Si estuviera seguro de tener talento… Pero nunca, nunca he escrito nada de este tipo; artículos históricos, sí. Un libro. Una novela. Y la gente leería esa novela y diría: la escribió Antoine Roquentin, era un individuo pelirrojo que se arrastraba por los cafés; y pensarían en mi vida como yo pienso en la de esa negra: como en algo precioso y semilegendario. Un libro. Naturalmente, al principio sólo sería un trabajo aburrido y fatigoso; no me impediría existir ni sentir que existo. Pero llegaría un momento en que el libro estaría escrito, estaría detrás de mí y pienso que un poco de su claridad caería sobre mi pasado. Entonces quizá pudiera, a través de él, recordar mi vida sin repugnancia. Quizá un día, pensando precisamente en esta hora, en esta hora lúgubre en que espero, con la espalda agobiada, que llegue el momento de subir al tren, quizá sienta que el corazón me late más rápidamente, y me diga: fue aquel día, aquella hora cuando comenzó todo. Y llegaré —en el pasado, sólo en el pasado— a aceptarme.

 En algún lugar del mundo debe existir alguien que nunca ha experimentado el sufrimiento. Yo no lo conozco, y sospecho que ningún lector de este libro puede afirmar haberlo hecho. La experiencia universal humana ha provocado que muchos cuestionen la existencia de un Dios amoroso. Como lo expresa C. S. Lewis en El problema del dolor, el argumento va así: «Si Dios fuera bueno, desearía hacer a sus criaturas perfectamente felices, y si Dios fuera todopoderoso, podría hacer lo que quisiera. Pero las criaturas no son felices. Por lo tanto, Dios carece de bondad, o de poder, o de ambos». 8 Existen varias respuestas a este dilema, algunas más fáciles de aceptar que otras. En primer lugar, reconozcamos que una gran parte de nuestro sufrimiento y el de nuestro prójimo es causada por lo que nos hacemos entre nosotros. Es la humanidad, no Dios, la que ha inventado cuchillos, flechas, armas, bombas, y toda forma de instrumento de tortura usado a lo largo de los tiempos. La tragedia de un niño atropellado por un conductor ebrio, o de un hombre inocente que muere en el campo de batalla, o de una niña muerta por una bala perdida en un barrio infestado de crímenes en una ciudad moderna, difícilmente se pueden atribuir a Dios. Después de todo, de alguna forma hemos recibido el libre albedrío, la capacidad de hacer lo que queramos. Usamos esta capacidad con frecuencia para desobedecer la ley moral. Y entonces, cuando lo hacemos, no deberíamos culpar a Dios por las consecuencias. ¿Debería Dios restringir nuestra libertad para evitar esta clase de conducta maléfica? Esa línea de pensamiento pronto se enfrenta al dilema del cual no existe salida racional. Nuevamente, Lewis lo expone claramente: «Si uno elige decir ‘Dios puede darle libre albedrío a una criatura y a la vez retenerle la libertad’, no hemos dicho nada sobre Dios: la combinación sin sentido de palabras no adquiere significado repentinamente porque le agreguemos las otras dos palabras ‘Dios puede’. Lo absurdo sigue siendo absurdo, incluso si lo decimos respecto a Dios»



 « Un cronopio encuentra una flor solitaria en medio de los campos. Primero la va a arrancar, pero piensa que es una crueldad inútil y se pone de rodillas a su lado y juega alegremente con la flor, a saber: le acaricia los pétalos, la sopla para que baile, zumba como una abeja, huele su perfume, y finalmente se acuesta debajo de la flor y se duerme envuelto en una gran paz.


La flor piensa: Es como una flor. »

– Julio Cortázar - Cronopio y Flor



 Tiempo presente y tiempo pasado

se hallan quizá presentes en el tiempo futuro
y el tiempo futuro dentro del tiempo pasado.
Si todo tiempo es eternamente presente
todo tiempo es irredimible.
Lo que pudo haber sido es mera abstracción
quedando como eterna posibilidad
solamente en el mundo de la especulación.
Lo que pudo haber sido y lo que fue
apuntan a un solo fin, que está siempre presente.

 


 El amor, más que una experiencia dulce, se ha vuelto una verdadera tragedia amarga y desilusionante. El amor es un invento moderno que no acabamos de entender ni de realizar.

La modernidad acabó con el matrimonio medieval, que unía a la pareja por conveniencias bélicas, políticas, económicas o sociales. Según Luc Ferry, filósofo francés, el inventor del matrimonio por amor fue el capitalismo. Atraídas por el salario, las personas dejaron sus comunidades de origen para ir a trabajar a la ciudad y, al mismo tiempo, se emanciparon del peso de la tradición y de la religión. Adquirieron la libertad de relacionarse por amor.

Curiosamente, en ese mismo momento, el capitalismo inventó el divorcio, pues en este nuevo contrato por amor, no tenía sentido seguir juntos cuando el amor se extinguía.  La gente ya no se atiene al compromiso para soportarse al otro. En un contra movimiento a veces exagerado, el menor inconveniente pone el vínculo en juego. El mandato moderno del amor como condición está tan profundamente interiorizado, que no perdona.

Es tan nueva esta manera de vinculación, que aún no hemos estabilizado este proceso de quedarnos emparejados sólo por amor. Atrás van quedando rotas las relaciones por dependencias, los viejos contratos de sumisión y maltrato, de usar los hijos como excusa para dar oxígeno a un matrimonio muerto, de aplazar la felicidad y la vida misma. Tampoco es negociable la violencia ni ningún tipo de maltrato, las adicciones y la impotabilidad de carácter.

La gente ya no se atiene al compromiso para soportarse al otro. En un contra movimiento a veces exagerado, el menor inconveniente pone el vínculo en juego. El mandato moderno del amor como condición está tan profundamente interiorizado, que no perdona. Es tan nueva esta manera de vinculación, que aún no hemos estabilizado este proceso de quedarnos emparejados sólo por amor. Atrás van quedando rotas las relaciones por dependencias, los viejos contratos de sumisión y maltrato, de usar los hijos como excusa para dar oxígeno a un matrimonio muerto, de aplazar la felicidad y la vida misma. Tampoco es negociable la violencia ni ningún tipo de maltrato, las adicciones y la impotabilidad de carácter.

Sin embargo, no hemos hallado un nuevo modelo de relación. Seguimos tropezando en la búsqueda del amor, contra un techo de cristal que nos estruja y nos devuelve a una realidad solitaria e hiriente: la de un infierno que no es otra cosa que tener a la pareja al lado y no saber cómo amarla; o la del purgatorio de separarnos sin entender para qué lo hicimos. Seguimos atrapados en la polaridad de emparejarnos o separarnos, sin desarrollar creativamente espacios de amor consciente, amor despierto, amor de lucha, de vínculo, sano.

No es que el amor se esté acabando. Todo lo contrario, está comenzando a emerger y a florecer entre las parejas. Las personas están decididas a quedarse por amor, pero no saben qué amor. ¿Amor concepto? ¿Amor producto? Muchos no saben lo que buscan y desprecian lo que encuentran, tienen tanta necesidad y sed que por contra fobia han desarrollado mecanismos de protección para no ser dañados, para no ser ahogados en un vínculo fatigante. Por oposición, han desarrollado un complejo caparazón psicológico y discursivo, impenetrable al amor, con excusas en todo, para no vincularse, para no quedarse y para no comprometerse: “Me siento invadido, controlado y confundido”. ¿Les suena conocido? Prefieren resguardarse bajo el famoso lugar común: “Necesito tiempo para pensar”, y cimentarse en las trincheras del “yo” para construir un reino tipo El Principito: rico pero impotente, solitario.

Carl Jung decía que todos tenemos en nuestro inconsciente una pareja interior, es decir, una imagen opuesta de nosotros mismos, con cualidades y defectos que no podemos manejar conscientemente. Por lo tanto, proyectamos esta imagen sobre la persona con la que nos relacionamos íntimamente, esto es dándole al otro poderes o defectos que nos pertenecen, pero que no asumimos por miedos y vergüenzas. Es justo aquí cuando el amor, el invento moderno, se nos sale de las manos, y huimos antes de ser descubiertos en nuestra carencia, en nuestro subdesarrollo del amor, en nuestro demoledor amor parasitario. Hemos olvidado lo esencial: la realización de la pareja interior que nos permita relacionarnos sanamente también con los demás.

En últimas instancia, como dice Eckhart Tolle, “en el amor no existe otra persona, siempre estás al encuentro de ti mismo”. De esta manera, primero practique con usted, invítese a cenar, cómprese flores, llévese a cine, logre que usted se guste a sí mismo y después disfrútese con otro.

https://www.elespectador.com/cromos/estilo-de-vida/el-amor-un-invento-moderno/

martes, 25 de mayo de 2021


 Una divertida anécdota sucedió cuando un adinerado ateniense le quiso contratar para que educase a su hijo. Sócrates le pidió 500 dracmas por el trabajo, un total que al rico griego le pareció excesivo.

Contrariado, le comentó al pensador: «Por ese dinero puedo comprarme un asno». No obstante, el filósofo no se cortó un pelo y le contestó:«Tienes razón. Te aconsejo que lo compres y así tendrás dos».

 


"Las mejores personas poseen sensibilidad para la belleza, valor para enfrentar riesgos, disciplina para decir la verdad, capacidad para sacrificarse. Irónicamente, estas virtudes los hacen vulnerables; frecuentemente se les lastima, a veces se les destruye"



 


La idea del eterno retorno es misteriosa y con ella Nietzsche dejó perplejos a los demás filósofos: ¡pensar que alguna vez haya de repetirse todo tal como lo hemos vivido ya, y que incluso esa repetición haya de repetirse hasta el infinito! ¿Qué quiere decir ese mito demencial? El mito del eterno retorno viene a decir, per negationem, que una vida que desaparece de una vez para siempre, que no retorna, es como una sombra, carece de peso, está muerta de antemano y, si ha sido horrorosa, bella, elevada, ese horror, esa elevación o esa belleza nada significan. No es necesario que los tengamos en cuenta, igual que una guerra entre dos Estados africanos en el siglo catorce que no cambió en nada la faz de la tierra, aunque en ella murieran, en medio de indecibles padecimientos, trescientos mil negros. ¿Cambia en algo la guerra entre dos Estados africanos si se repite incontables veces en un eterno retorno? Cambia: se convierte en un bloque que sobresale y perdura, y su estupidez será irreparable. Si la Revolución francesa tuviera que repetirse eternamente, la historiografía francesa estaría menos orgullosa de Robespierre. Pero dado que habla de algo que ya no volverá a ocurrir, los años sangrientos se convierten en meras palabras, en teorías, en discusiones, se vuelven más ligeros que una pluma, no dan miedo. Hay una diferencia infinita entre el Robespierre que apareció sólo una vez en la historia y un Robespierre que volviera eternamente a cortarle la cabeza a los franceses. Digamos, por tanto, que la idea del eterno retorno significa cierta perspectiva desde la cual las cosas aparecen de un modo distinto de como las conocemos: aparecen sin la circunstancia atenuante de su fugacidad. Esta circunstancia atenuante es la que nos impide pronunciar condena alguna. ¿Cómo es posible condenar algo fugaz? El crepúsculo de la desaparición lo baña todo con la magia de la nostalgia; todo, incluida la guillotina. No hace mucho me sorprendí a mí mismo con una sensación increíble: estaba hojeando un libro sobre Hitler y al ver algunas de las fotografías me emocioné: me habían recordado el tiempo de mi infancia; la viví durante la guerra; algunos de mis parientes murieron en los campos de concentración de Hitler; ¿pero qué era su muerte en comparación con el hecho de que las fotografías de Hitler me habían recordado un tiempo pasado de mi vida, un tiempo que no volverá? Esta reconciliación con Hitler demuestra la profunda perversión moral que va unida a un mundo basado esencialmente en la inexistencia del retorno, porque en ese mundo todo está perdonado de antemano y, por tanto, todo cínicamente permitido.

 


"Ahora la humanidad carece de ocios, en buena parte porque nos hemos acostumbrado a medir el tiempo de modo utilitario, en términos de producción. Antes los hombres trabajaban a un nivel más humano, frecuentemente en oficios y artesanías, y mientras lo hacían conversaban entre ellos. Eran más libres que el hombre de hoy que es incapaz de resistirse a la televisión. Ellos podían descansar en las siestas, o jugar a la taba con los amigos. De entonces recuerdo esa frase tan cotidiana en aquellas épocas: “Venga, amigo, vamos a jugar un rato a los naipes, para matar el tiempo, no más”, algo tan inconcebible para nosotros. Momentos en que la gente se reunía a tomar mate, mientras contemplaba el atardecer, sentados en los bancos que las casas solían tener al frente, por el lado de las galerías. Y cuando el sol se hundía en el horizonte, mientras los pájaros terminaban de acomodarse en sus nidos, la tierra hacía un largo silencio y los hombres, ensimismados, parecían preguntarse sobre el sentido de la vida y de la muerte".



lunes, 24 de mayo de 2021



 En una ocasión en la que visité el Museo de la Ciencia en Londres, explicaban algo sorprendente. La parte que podríamos llamar «sólida» de un átomo es el núcleo, que si recordamos de alguno de nuestros estudios de física, está rodeado de una corteza que es un espacio fundamentalmente vacío y por el que se mueven los electrones. Pues bien, para que nos hagamos una idea de lo hueco que está un átomo, el núcleo tendría el tamaño de un balón de fútbol colocado en medio de la ciudad de Londres, mientras que la corteza ocuparía el espacio de toda la capital británica, cuyo diámetro es de alrededor de 50 kilómetros. Si estamos formados por átomos, como lo estamos, quiere decir que estamos fundamentalmente huecos y, a pesar de ello, nos vemos sólidos.


 -Deberíamos de plantar un árbol.

-¿Para qué?
-No sé. Dicen que en la vida hay tres cosas universales por hacer y que si no las haces es que has vivido en vano.
-¿Cuáles?
-Plantar un árbol, escribir un libro y tener un hijo. Aunque lo del hijo lo veo muy lejano. Quién sabe si vaya a tener hijos.
-¿Por qué?
-No sé, no me entiendo con la gente y menos con los hombres. Todo aquél que despierta algo en mí parece querer sólo una cosa y es algo que no puedo darle a cualquiera. O peor aún, quien emociona a mi corazón resulta ser demasiado aburrido. Además, ¿a qué persona no le gustan los libros? Eso es terrible, yo paso.
-Bueno, no todos somos iguales.
-Menos mal. Pero tampoco hay que enamorarse de una portada sin antes haber leído su contenido. A eso me refiero. ¿Y qué hay de ti?
-¿De mí?
-Sí, si piensas tener hijos en un futuro.
-No sé, ni novia tengo.
-Es que eres muy negativo.
-Que no.
Que sí.
-Bueno, ya. ¿Y el árbol?
-¿Qué con él?
-Que si lo plantamos.
-Ah, pues sí.
-Qué loco, ¿no?
-¿Qué cosa?
-Lo fácil que es plantar una semilla y lo difícil que es hacerla crecer. Debe tener la cantidad exacta de sol y de agua. Demasiado te intoxica y muy poco te martiriza. Es muy profundo.
-Ya te pusiste filosófica. 
-Yo siempre.
-Así lo veo.
-Tu plantaste una semilla hace mucho en mi corazón.
-¿En tu corazón?
-Sí, la de nuestra amistad.
-¿Y ha crecido?
-Ya es un árbol enorme,
sus raíces abarcan todo mi ser.
-Exagerada.
-Sí, yo también te quiero.

—Conversaciones inolvidables III, Joseph Kapone 

 


Enamorarse, en lenguaje platónico, es descubrir que echamos terriblemente de menos a alguien, y que su posesión, eso creemos, nos colmaría de felicidad. ¡Menudo choque! ¡Qué trastorno! Hasta ese momento, estaba usted bien, tranquilo, tan pancho, no le faltaba de nada, tan solo algo aburrido... y, una noche, en casa de unos amigos comunes, ¡cataplum! Un flechazo devastador: se enamora de ese hombre, de esa mujer a quien, en cuanto se aleja de su lado, echa locamente de menos. Ya no soporta la idea de vivir sin él o sin ella: ¡se ha enamorado! Si es soltero, es más bien una buena noticia: su vida se vuelve más complicada, es cierto, pero también más interesante, más poética, con un toque festivo... Si está casado, es una suerte de catástrofe, y una fuente de problemas casi inagotable. En favor de la simplicidad de mi modelo, voy a suponer que es usted soltero. Pero no le puedo garantizar que esto solo les pasa a los solteros. Así pues, usted es soltero, o soltera, y acaba de enamorarse. ¿Qué hará ahora? Sin duda intentar seducir a esa persona que echa en falta. Y en ese momento pueden ocurrir dos cosas: o lo consigue o no lo consigue. Si fracasa, la falta persiste, el sufrimiento persiste, tiene la sensación de haber pasado al lado de la felicidad... Es lo que se llama el mal de amores: usted ama a alguien que no le ama. Pero ¿y si consigue seducir a esa persona? Ella también le ama; ella se entrega a usted, igual que usted se entrega a ella. Se van a vivir juntos, se casan quizás, tienen hijos... ¡Ay! De tanto estar ahí cada noche, y cada mañana, de tanto compartir su vida, y su lecho, esa persona, inevitablemente, le va a faltar cada vez menos. No es que no sea buena; es que, sencillamente, está ahí. El problema, del que toma conciencia poco a poco, es que si el deseo es falta, en tanto que esa persona le falta cada vez menos, ya que vive con usted, esto provoca que la desee cada vez menos. Es incluso sorprendente: seis meses antes, o seis años para algunos —cada uno tiene su ritmo—, la deseaba más que a todas las demás; y ahora, seis meses o seis años más tarde, le parece muchísimo más deseable cualquier chica un poco guapa y con minifalda que pasa por delante de usted en la calle, o cualquier hombre un tanto atractivo y misterioso con el que cruza la mirada. Además, si el amor es deseo, el hecho de que la desee cada vez menos implica también que la quiere cada vez menos. El tiempo ha pasado. Hace seis meses o seis años que están casados, según el caso, y una noche, o una mañana, se pregunta: «Pero, en el fondo, ¿sigo estando enamorado de ella? ¿Sigo enamorada de él?». La respuesta, por supuesto, es que no; si no, no se haría esta pregunta. Ojo: eso no significa necesariamente que ya no lo ame, o no la ame. Significa solo que ya no la ama así: ya no siente la falta (en todo caso no de esta persona en particular), ya no está con Platón, ya no está enamorado, en el sentido ordinario y más fuerte del término, el sentido que tenía cuando le dijo a su mejor amigo o amiga, seis meses o seis años antes, «Estoy enamorado». Es posible que ya no lo ame, son cosas que pasan; pero también es posible que lo quiera de otra manera —ya volveré sobre esto en la segunda parte—, que haya pasado de la falta a la alegría, del amor-pasión al amor-acción, del amor que uno sueña o que uno sufre al que hacemos o construimos. Pero no vayamos tan rápido. Lo que Platón nos ayuda a comprender, y que nos dice mucho sobre la dificultad de nuestra vida amorosa, es que la pareja solo hace feliz... ¡a un soltero! Y en este caso no le da la felicidad, porque vive solo; ni tampoco da la felicidad a las parejas, pues viven juntas, y entonces ya no se echan en falta el uno al otro. La trampa se cierra sobre sí misma. Deciden vivir juntos porque están enamorados; y entonces poco a poco dejan de estarlo, porque viven juntos. ¿Qué puede hacer? En el momento en que ya no está enamorado (en cuanto el otro haya dejado de faltarle), le queda, por decirlo en términos filosóficos, una sola opción: o bien cae de Platón a Schopenhauer, y eso duele (para aquellos que no han leído a Schopenhauer, se puede decir también que caerá de Platón a Michel Houellebecq: viene a ser lo mismo, pues este novelista es un discípulo de Schopenhauer, salvo que todavía duele más), o bien sube de Platón a Aristóteles, de Platón a Spinoza. Pero todavía no es hora de emprender esta  ascensión. Antes de que Aristóteles y Spinoza le ayuden a salvar su relación, si es que vale la pena, tomémonos el tiempo de comprender, con Platón y Schopenhauer, que de hecho existe algo que salvar, que existe, como se dice, un problema en alguna parte. Y ¿cuál es el problema? El siguiente: que no se puede echar en falta lo que se posee o, mejor dicho (pues nadie puede poseer a un ser humano), que no podemos echar de menos lo que no nos falta. Ahí es donde pasamos de Platón a Schopenhauer, de la falta al tedio.

  Examina tu vida. Todo lo que sigues haciendo es tan confuso y confunde tanto... No tienes nada de claridad, no tienes nada: de percepción. No estás alerta. No ves, no oyes... Desde luego, tienes oídos para oír, pero dentro no hay nadie que lo entienda. Desde luego, tienes ojos para ver, pero dentro no hay nadie. Tus ojos siguen viendo y tus oídos siguen escuchando, pero no se comprende nada. Y a cada paso das un tropezón, a cada paso cometes algún error. Y aún sigues creyendo que estás consciente. Desecha por completo esa idea. Desecharla constituye un gran salto, un gran paso adelante, porque en cuanto abandonas la idea de «estoy consciente» empiezas a buscar y rebuscar maneras y medios para estar consciente. Así pues, lo primero que tienes que meterte en la cabeza es que estás dormido, completamente dormido. La sicología moderna ha descubierto unas cuantas cosas importantes; aunque solo se han descubierto a nivel intelectual, es un buen comienzo. Si se han descubierto intelectualmente, tarde o temprano también se experimentarán existencialmente.

 It is within your heart and within your soul and in the deepest reaches of your own mind that Divinity resides

domingo, 23 de mayo de 2021




 Desdeño las romanzas de los tenores huecos

y el coro de los grillos que cantan a la luna.

A distinguir me paro las voces de los ecos,

y escucho solamente, entre las voces, una.

¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera

mi verso como deja el capitán su espada:

famosa por la mano viril que la blandiera,

no por el docto oficio del forjador preciada.

Converso con el hombre que siempre va conmigo

—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;

mi soliloquio es plática con este buen amigo

que me enseñò el secreto de la filantropía.

Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.

A mi trabajo acudo, con mi dinero pago

el traje que me cubre y la mansión que habito,

el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.

Y cuando llegue el día del último viaje

y esté a partir la nave que nunca ha de tornar,

me encontraréis a bordo ligero de equipaje,

casi desnudo, como los hijos de la mar.

 


El objetivo de la meditación es ver con claridad nuestro cuerpo, nuestra mente, las situaciones familiares en las que estamos inmersos, el trabajo y las personas que comparten nuestra vida. Ser conscientes de cómo reaccionamos a todo ello. Se trata de ver nuestras emociones y pensamientos tal como ahora son, en este preciso momento, en esta misma habitación, tal como estamos sentados. No se trata de rechazarlos, de intentar ser una persona mejor, sino de observarlo todo con claridad, precisión y suavidad. 

 Toma consciencia durante los próximos 7 días de todas las veces que te quejas, te justificas, culpas a los demás de alguna situación, te mientes a ti mismo o a los demás, o te rindes ante algún desafío.

 Cada vez que te sorprendas haciendo alguna de estas cosas, coge la mano forma una pistola con tus dedos, y apunta a tu cabeza. Luego dispara. Porque metafóricamente, estás matándote cada vez que actúas así. Y quizás también te estás matando realmente en términos de felicidad, prosperidad y abundancia.

 «La vergüenza es: “Soy una mala persona”. La culpa es: “Hice algo mal”… La vergüenza pone el foco en el ser. La culpa pone el foco en el comportamiento.»



  Cuando estaba en tercer año llegó a mi clase una nueva alumna llamada Susy. Su padre, un médico joven, acababa de instalarse en Meilen con su familia. No es fácil comenzar a ejercer la medicina en un pueblo pequeño, así que le costó muchísimo atraerse pacientes. Pero todo el mundo encontraba adorables a Susy y su hermanita. Al cabo de unos meses Susy dejó de asistir a la escuela. Pronto se corrió la voz de que estaba gravemente enferma. Todo el pueblo culpaba al padre por no mejorarla. Por lo tanto no debe de ser buen médico, razonaban. Pero ni siquiera los mejores médicos del mundo podrían haberla curado. Resultó que Susy había contraído la meningitis. Todo el pueblo, incluidos los niños de la escuela, seguimos el proceso de su enfermedad: primero padeció parálisis, después sordera y finalmente perdió la vista. Los habitantes del pueblo, aunque lo sentían por la familia, eran como la mayoría de los vecinos de las ciudades pequeñas: tenían miedo de que esa horrible enfermedad entrara en sus casas si se acercaban demasiado. En consecuencia, la nueva familia fue prácticamente rechazada y quedó sola en momentos de gran necesidad afectiva. Me perturba pensar en eso ahora, aun cuando yo era de las compañeras de Susy que continuábamos comunicándonos con ella. Le entregaba notas, dibujos y flores silvestres a su hermana para que se las llevara. "Dile a Susy que pensamos mucho en ella. Dile que la echo mucho de menos", le decía. Nunca olvidaré que el día en que murió Susy, las cortinas de su dormitorio estaban corridas. Recuerdo cuánto me entristeció que estuviera aislada del sol, de los pájaros, los árboles y todos los hermosos sonidos y paisajes de la naturaleza. Eso no me parecía bien, como tampoco estimé razonables las manifestaciones de tristeza y aflicción que siguieron a su muerte, puesto que pensaba que la mayoría de los residentes de Meilen se sentían aliviados de que por fin hubiera acabado todo. La familia de Susy, desprovista de motivos para quedarse, se marchó del pueblo. Me impresionó mucho más la muerte de uno de los amigos de mis padres. Era un granjero, más o menos cincuentón, justamente el que nos llevó al hospital a mi madre y a mí cuando tuve neumonía. La muerte le sobrevino después de caerse de un manzano y fracturarse el cuello, aunque no murió inmediatamente. En el hospital los médicos le dijeron que no había nada que hacer, por lo que él insistió en que lo llevaran a casa para morir allí. Sus familiares y amigos tuvieron mucho tiempo para despedirse. El día que fuimos a verlo estaba rodeado por su familia y sus hijos. Tenía la habitación llena a rebosar de flores silvestres, y le habían colocado la cama de modo que pudiera mirar por la ventana sus campos y árboles frutales, los frutos de su trabajo que sobrevivirían al paso del tiempo. La dignidad, el amor y la paz que vi allí me dejaron una impresión imborrable. Al día siguiente de su muerte volvimos a su casa por la tarde para dar el último adiós a su cadáver. Yo no iba de muy buena gana, pues no me apetecía la experiencia de ver un cuerpo sin vida. Venticuatro horas antes, ese hombre, cuyos hijos iban a la escuela conmigo, había pronunciado mi nombre, con dificultad pero con cariño: "pequeña Betli". Pero la visita resultó ser una experiencia fascinante. Al mirar su cuerpo comprendí que él ya no estaba allí. Cualesquiera que fueran la fuerza y la energía que le habían dado vida, fuera lo que fuera aquello cuya pérdida lamentábamos, ya no estaba allí. Mentalmente comparé su muerte con la de Susy. Fuera lo que fuese lo que le sucedió a Susy, se desarrolló en la oscuridad, detrás de cortinas cerradas que impidieron que los rayos del sol la iluminaran durante sus últimos momentos. En cambio el granjero había tenido lo que yo ahora llamo una buena muerte: falleció en su casa, rodeado de amor, de respeto, dignidad y afecto. Sus familiares le dijeron todo lo que tenían que decirle y le lloraron sin tener que lamentar haber dejado ningún asunto inconcluso.