domingo, 11 de abril de 2021

 


 Evaluar su conducta encierra algunas preguntas como:
    ¿Según los parámetros de quién juzga usted su conducta, los suyos o los de otra persona?
    ¿Trata usted de comprender por qué actuó como lo hizo? ¿Recuerda las circunstancias, el contexto y las opciones que, según usted percibió, estaban a su disposición en ese momento?
    ¿Evalúa usted su conducta como si fuera la de otro?
    Cuando piensa en su conducta, ¿Identifica las áreas o circunstancias especificas en las que tiene lugar, o generaliza en exceso y dice: "Lo ignoro", cuando en realidad quizás ignore un tema particular pero conozca bien muchos otros temas? ¿O dice: "Soy débil", cuando en realidad puede faltarle coraje o fuerza en una esfera particular pero no en otras?
    Si lamenta sus acciones, ¿trata de aprender de ellas, para que en su conducta futura no repita las mismas equivocaciones? ¿O simplemente sufre por el pasado y sigue pasivamente atado a modelos de conducta que sabe inadecuados?
    La respuesta a todas estas preguntas tendrá profundas implicaciones para su autoestima.
    Nos sentimos culpables cuando:
Al contemplar algo que hemos hecho o dejado de hacer, experimentamos un sentimiento de minusvalía;
Nos vemos impulsados a racionalizar o justificar nuestra conducta:
Nos ponemos a la defensiva, en actitud combativa, cuando alguien menciona la conducta en cuestión:
Nos resulta difícil y penoso recordar o examinar la conducta.
    Piense en alguna acción que haya realizado, o que no haya realizado, de la cual se arrepiente, algo lo bastante significativo como para haber hecho mella en su autoestima. Luego pregúntese: ¿según los parámetros de quién estoy juzgando? ¿Los míos o los de otro? Si esos parámetros no son en verdad suyos, pregúntese: ¿qué es lo que yo creo en realidad sobre esto? Si usted es un ser humano pensante y, con toda honestidad y plena conciencia, no ve nada malo en su conducta, quizás encuentre el coraje necesario para dejar de condenarse en ese mismo instante. O, al menos, tal vez comience a vislumbrar una nueva perspectiva en la evaluación de su conducta.

Cuando nos comportamos de modos que se oponen a nuestro juicio de lo que es apropiado, tendemos a perder valor ante nuestros propios ojos. Tendemos a respetarnos menos. Pero si nos limitamos a castigarnos, a despreciarnos, y luego no pensar más en ello, deterioramos nuestra autoestima y aumentamos la probabilidad de poseer menos integridad personal en el futuro. Un mal concepto de uno mismo es una profecía que siempre acaba cumpliéndose: provoca en nosotros una mala conducta. No mejoramos diciéndonos que estamos corruptos. Nuestras acciones son un reflejo del sujeto y la entidad que pensamos que somos. Necesitamos aprender, pues, una reacción alternativa frente a nuestras faltas, que es más útil para nuestra autoestima y para nuestra conducta futura.
    En lugar de caer en la autocondena, podemos aprender a preguntarnos: ¿cuáles fueron las circunstancias? ¿Por qué mis elecciones o decisiones parecían deseables o indispensables en aquel contexto? ¿Qué estaba yo tratando de lograr? ¿De qué modo Intentaba defenderme?
    No podemos comprender las acciones de un ser humano hasta que comprendamos por qué tienen algún sentido para la persona implicada. Necesitamos conocer el contexto personal en el que ocurrieron las acciones, el modelo de realidad, el modelo de yo-en-el-mundo que yace detrás de la conducta.
    Por ejemplo: supongamos que soy una mujer que he elegido permanecer demasiado tiempo junto a un marido alcohólico que me maltrata físicamente, lo cual es peligroso tanto para mí como para mis hijos. Sé que debería irme, pero tengo miedo. La vida es para mí algo temible, mi situación me resulta precaria, y veo que mis recursos y opciones son muy limitados. Dada mi inseguridad básica, mi modelo personal del yo-en-el-mundo, estoy tratando de sobrevivir, lo cual no es un crimen. Quizás desee tener más coraje y confianza y no sufrir tanta angustia, pero no puedo maldecirme por tratar de vivir. Sólo puedo aprender que es posible vivir mejor cambiando mi punto de vista sobre mí misma y sobre el mundo.
    El hecho importante es éste: si podemos contemplar nuestro contexto personal con compasión y deseos de comprender (sin negar ni por un momento lo equivocado de nuestra conducta), si podemos ser para con nosotros mismos un buen amigo que realmente quiere saber por qué nos comportamos como lo hacemos, entonces podremos curarnos; sentiremos quizá remordimiento y arrepentimiento, pero no nos autocondenaremos. Y la consecuencia más probable será la decisión de ser mejores en el futuro.
    Este es el modelo que utilizamos en la terapia. Una mujer confiesa una infidelidad sexual; un hombre admite que ha perpetrado una violación; un empleado reconoce haberse apropiado de los fondos de la empresa; un adolescente cuenta haber herido adrede a su hermano menor; un científico admite haber falsificado datos; un padre confiesa haber sido cruel y desconsiderado con respecto a las necesidades de sus hijos; un profesor reconoce haber aprovechado el trabajo de un alumno para mejorar su prestigio; una secretaria admite haber faltado a su empleo, con la excusa de estar enferma, para salir con su novio; un periodista confiesa haber inventado chismes con fines maliciosos. Algunas de estas acciones pueden ser triviales, otras tienen trágicas consecuencias. Pero cuando en la terapia nuestros pacientes hablan de ellas transmitiéndonos su sentimiento de culpa, ¿qué hacemos para repararlo?
    Generalmente, decimos algo así como: "Veo que se siente desdichado y se reprocha lo que ha hecho. Tratemos de entender por qué lo hizo. ¿Cuáles fueron los sentimientos y motivos que lo impulsaron a actuar de ese modo? ¿Podemos analizar eso?" (No gritamos recriminaciones, ni tampoco decimos: "Lo que hizo estuvo bien. No tiene por qué sentirse mal.")
    Debe usted recordar que, cuando actúa, en algún sentido siempre está luchando por satisfacer sus necesidades (lo mismo es válido para todos los organismos vivientes). Nuestras acciones siempre están relacionadas con nuestros esfuerzos para sobrevivir, para proteger al yo, para mantener el equilibrio, para evitar el miedo y el dolor, para madurar o para crecer. Aun cuando el camino elegido esté equivocado, aun si objetivamente nos entregamos a la autodestrucción, subjetivamente, en algún nivel, estamos tratando de salvarnos, como en el caso de un suicida que busca escapar de un dolor intolerable.

    Empero, entender las raíces de las conductas impropias, no significa que las personas implicadas "no pudieron evitarlo". Ni la comprensión ni la compasión suponen negar la responsabilidad.
    De hecho, cuando una persona ha cometido una equivocación con respecto a la cual se siente culpable, dirijo su atención hacia las acciones que podría realizar para permitirse el auto perdón. Examinemos este punto, puesto que es importante.
    El auto perdón puede exigir más que la comprensión y la compasión antes mencionados. Teniendo en cuenta que a veces hay circunstancias especiales que requieren consideraciones especiales, existen en general medidas bastante específicas que pueden liberarnos de la culpa.
    La primera es reconocer (hacer real ante nosotros mismos, en lugar de negar o ignorar) que somos nosotros los que hemos realizado esa acción particular.
    La segunda, si otra persona ha resultado herida por nuestra acción, es reconocer explícitamente ante esa persona (o personas) el daño que hemos hecho y transmitir nuestra comprensión de las consecuencias de nuestra conducta, suponiendo que ello sea posible.
    La tercera es realizar todas las acciones a nuestro alcance que puedan enmendar o minimizar el daño que hemos causado (devolver dinero robado, rectificar una mentira, etcétera).
    Por último, es necesario que nos comprometamos firmemente a comportarnos de una manera diferente en el futuro, porque sin un cambio de conducta volveremos a desarrollar continuamente la desconfianza.
    Desde luego, también es necesario, como medida inicial, estar dispuestos a explorar las razones por las cuales realizamos dicha acción. Si evitamos eso, no nos liberaremos de la culpa, y es muy probable que repitamos el modelo de conducta inadecuada.
    Por supuesto, algunos delitos son tan terribles que el auto perdón del tipo que estoy describiendo aquí es poco realista o imposible; para citar sólo dos ejemplos, las acciones del torturador de un campo de concentración o de un genocida no se resuelven por esta vía. Pero esa clase de gente tampoco suele hacer psicoterapia o leer libros sobre la autoestima.
    Para aquellos a quienes si concierne este análisis, existen evidencias abrumadoras de que si aprendemos a comprendernos y perdonarnos, nuestra conducta tiende a mejorar. En cambio, si seguimos condenándonos sin piedad, nuestra conducta (como nuestra autoestima) tiende a empeorar.

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