sábado, 24 de abril de 2021



 Éranse una vez dos investigadores, llamados Richard Nisbett (profesor de la Universidad de Michigan) y Tim Wilson (profesor de la Universidad de Virginia), que, tras montar el campamento en su centro comercial local, extendieron sobre una mesa cuatro pares de medias de nylon. A continuación preguntaron a diversas transeúntes cuáles les gustaban más. Por lo general, ellas preferían el par situado más a la derecha. ¿Por qué? A algunas les gustaba el material. Había quienes valoraban la textura o el color. Otras consideraban que la calidad era superior. Teniendo en cuenta que los cuatro pares de medias eran idénticos, esta preferencia era interesante. (Más adelante, Nisbett y Wilson repitieron el experimento con camisones y obtuvieron los mismos resultados).

    Cuando Nisbett y Wilson preguntaron a cada participante sobre las razones de su elección, ninguna mencionó la ubicación de las medias en la mesa. Incluso cuando los investigadores dijeron a las mujeres que todas las medias eran iguales y que se trataba sólo de una preferencia por el par de la derecha, ellas «lo negaban, normalmente con una mirada preocupada al entrevistador indicativa de que o bien no habían entendido la frase, o bien estaban hablando con un loco».
    ¿La moraleja de la historia? Quizá no siempre sabemos exactamente por qué hacemos lo que hacemos, escogemos lo que escogemos, o sentimos lo que sentimos. Sin embargo, la imprecisión de nuestras motivaciones reales no nos impide inventar razones aparentemente lógicas para explicar acciones, decisiones o sentimientos.

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