Cuando era niño, una de las adivinanzas favoritas de mi padre para nosotros era algo así: Hay cinco ranas sentadas en un tronco. Cuatro deciden saltar. ¿Cuántas quedan? La primera vez que me lo preguntó respondí: “Una”. “No”, respondió él. “Cinco. ¿Por qué? ¡Porque una cosa es decidirlo y otra cosa es hacerlo!”.
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