jueves, 29 de abril de 2021

  


En cualquier sociedad existe un consenso ciertamente misterioso, que cambia a lo largo de décadas y para el que no es pretencioso utilizar la palabra prestada del alemán Zeitgeist (el espíritu de los tiempos). He dicho que el sufragio femenino es ahora universal en todas las democracias del mundo, aunque su reforma es, de hecho, sorprendentemente reciente. Aquí hay algunas fechas en las que se permitió votar a las mujeres: Nueva Zelanda (1893), Australia (1902), Finlandia (1906), Noruega (1913), Estados Unidos (1920), Inglaterra (1928), Francia (1945), Bélgica (1946), Suiza (1971), Kuwait (2006).

    Esta extensión de fechas por el siglo XX es un indicador del cambiante Zeitgeist . Otro indicador es nuestra actitud frente a la raza. En la primera parte del siglo XX , casi todo el mundo en Inglaterra (y también en otros muchos países) sería juzgado por racista con los estándares de hoy día. La mayoría de las personas blancas creían que las personas negras (categoría en la que hubieran mezclado a los africanos junto con los muy diversos grupos no relacionados de la India, Australia y Melanesia) eran inferiores a los blancos en casi todos los aspectos, excepto —condescendientemente— en el sentido del ritmo. El equivalente de los años veinte de James Bond fue ese divertido y apuesto héroe de la niñez, Bulldog Drummond. En una novela, La Banda Negra, Drummond se refiere a «judíos, extranjeros y otras gentes sin lavar». En la escena culminante de La mujer de la especie, Drummond se disfraza inteligentemente de Pedro, sirviente negro del archivillano. En su dramática revelación de que «Pedro» es realmente el propio Drummond, podría haber dicho: «Tú piensas que soy Pedro. Deberías haber comprendido que yo soy tu archienemigo Drummond, pintado de negro». En vez de eso, eligió estas palabras: «No todas las barbas son postizas, aunque todos los negros huelen. Esta barba no es postiza, querido, y este negro no huele. Por lo que estoy pensando que en algún sitio hay algo que no cuadra». Yo lo leí en los años cincuenta, tres décadas después de que fuera escrito, y era posible para un niño percibir el drama y no percibir el racismo. En nuestros días hubiera sido inconcebible.
    Thomas Henry Huxley, según los estándares de su tiempo, fue un ilustrado y un progresista liberal. Pero sus tiempos no son los nuestros y en 1871 escribió lo siguiente:
     
    Ningún hombre racional, conocedor de los hechos, cree que el negro medio sea igual, y menos aún superior, al hombre blanco. Y si esto es cierto, simplemente es increíble que cuando se hayan eliminado todas las incapacidades y nuestro prognático familiar juegue en un terreno justo y sin favores, y no tenga opresor alguno, sea capaz de competir con éxito con su rival de mayor cerebro y menor mandíbula, en una contienda que deberá llevarse a cabo mediante los pensamientos y no mediante mordiscos. Los lugares más altos de la jerarquía de la civilización no estarán, seguramente, al alcance de nuestros oscurecidos primos (104) .
     
    Es algo común que los buenos historiadores no juzguen las frases de tiempos pasados con los estándares de los suyos propios. Abraham Lincoln, como Huxley, estaba adelantado a su tiempo, aunque sus puntos de vista en materia racial también suenan trasnochadamente racistas en los nuestros. Aquí le vemos en un debate, en 1858, con Stephen A. Douglas:
     
    Diré, entonces, que no estoy y nunca he estado a favor de ninguna forma de igualdad social y política entre las razas blanca y negra; que no estoy y nunca he estado a favor de votantes o jueces negros ni de cualificarlos para que ocupen cargos ni para que contraigan matrimonio con personas blancas; y diré, en adición a esto, que hay una diferencia física entre las razas blanca y negra que creo prohibirá para siempre que esas dos razas vivan juntas en términos de igualdad social y política. Y hasta donde no pueden vivir de esa forma, mientras permanezcan juntos, debe existir la posición de superior e inferior, y como cualquier otro hombre estoy a favor de la posición superior asignada a la raza blanca (105) .
     
    Si Huxley y Lincoln hubieran nacido y hubieran sido educados en nuestro tiempo, habrían sido los primeros en morirse de vergüenza frente al resto de nosotros por sus propios sentimientos victorianos y por su tono empalagoso. Los cito solo para ilustrar cómo se mueve el Zeitgeist . Si hasta Huxley, una de las grandes mentes liberales, e incluso Lincoln, que liberó a los esclavos, podían decir tales cosas, pensemos simplemente en lo que la media de los victorianos debían pensar. Volviendo al siglo XVIII , es bien sabido, por supuesto, que Washington, Jefferson y otros hombres de la Ilustración tenían esclavos. El Zeitgeist se mueve tan inexorablemente que algunas veces se da por supuesto y se olvida que el cambio es un fenómeno real por derecho propio.
    Hay otros muchos ejemplos. Cuando los navegantes tomaron tierra por primera vez en Mauricio y vieron a los dulces dodos, no se les ocurrió hacer otra cosa que matarlos a palos. Ni siquiera querían comérselos (estaban descritos como incomestibles). Probablemente, golpear en la cabeza a esos pájaros indefensos, mansos y sin capacidad de volar, simplemente era algo que hacer. Hoy día tal comportamiento sería impensable, y la extinción de un equivalente moderno del dodo, incluso por accidente, a causa de una matanza humana deliberada, se consideraría una tragedia.
    Una tragedia similar, según los estándares del clima cultural actual, fue la extinción más reciente del Thylacinus, el demonio de Tasmania. Esas criaturas hoy día icónicamente lloradas han tenido precio por sus cabezas hasta tan recientemente como 1909. En las novelas victorianas sobre África, «elefante», «león» y «antílope» (nótese el revelador singular) son «juegos», y lo que hay que hacer para jugar, sin reflexiones, es dispararles. No para comer. No por defensa propia. Por «deporte». Pero ahora el Zeitgeist ha cambiado. Lo cierto es que los «deportistas» ricos y sedentarios pueden disparar a animales salvajes africanos desde la seguridad de un Land Rover y llevar sus cabezas disecadas de vuelta a casa. Pero tienen que pagar un dineral para hacerlo y se les desprecia profundamente por ello. La conservación de la vida salvaje y la conservación del medio ambiente se han convertido en valores aceptados con el mismo estatus moral que una vez se estableció para guardar el sabbath y para rechazar las imágenes esculpidas.
    Los cambiantes años sesenta son legendarios por su liberal modernidad. Pero al inicio de esa década un abogado de la acusación, para probar la obscenidad de El amante de lady Chatterley, podía todavía preguntar al jurado: «¿Aprobarían que sus jóvenes hijos, sus jóvenes hijas —porque las chicas pueden leer tan bien como los chicos [¿puede creerse que dijera eso?]— leyeran este libro? ¿Es este un libro que ustedes dejarían que rondara por sus casas? ¿Es un libro que ustedes desearían que leyeran su mujer o sus criados?». Esta última pregunta retórica es una ilustración particularmente indicativa de la velocidad con la que cambia el Zeitgeist.

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