viernes, 30 de abril de 2021

 


El 4 de enero de 2010 moría, a los noventa y tres años de edad, el ingeniero japonés Tsutomu Yamaguchi. Un cáncer de estómago consiguió lo que sesenta y cinco años antes no habían logrado las dos bombas nucleares lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki: llevárselo al otro mundo. Y no es retórica, es literal. Yamaguchi es la única persona reconocida por el gobierno japonés que logró sobrevivir a explosiones de las dos bombas atómicas lanzadas por EE. UU. durante la segunda guerra mundial. Algo que, cuando uno entra en detalles, se le antoja como un fallo del software de la existencia, vamos, que es imposible.

    Y es que, el 6 de agosto de 1945, cuando el Enola Gay dejó caer su carga letal sobre la ciudad de Hiroshima, el malogrado Yamaguchi caminaba tan sólo a dos kilómetros del punto cero, la zona terrestre situada en la vertical de la explosión de la bomba bautizada como Little Boy . Por si no lo sabes, la radiación ionizante de una bomba de un megatón (como las lanzadas en Japón) mataría a todo ser vivo que estuviera situado en un radio de quince kilómetros a la redonda. De hecho, en Hiroshima la temperatura del aire al explotar el artefacto alcanzó varios millones de grados centígrados. Varias millonésimas de segundo después, apareció una bola de fuego que irradiaba calor blanco. Una diezmilésima de segundo más tarde, la bola de fuego se expandió hasta alcanzar un diámetro de veintiocho metros, con una temperatura cercana a los trescientos mil grados centígrados. En otras palabras: es IMPOSIBLE sobrevivir estando sólo a dos kilómetros de una explosión nuclear… Y sin embargo, Yamaguchi —como Indiana Jones tras la calavera de cristal— abrió los ojos y vio alzarse ante sí el hongo y una luz prismática y cambiante, como en un caleidoscopio.
    Fue ingresado con tan sólo quemaduras en la cara y en los brazos, y dos días más tarde estaba de regreso en casa, en Nagasaki, para ver a su hija recién nacida.
    Al día siguiente, el 9 de agosto, estaba explicando a sus colegas de las canteras navales de Mitsubishi lo que había sucedido en Hiroshima, cuando otro B-29 , el Bock’s Car , lanzó la segunda bomba atómica, sobre Nagasaki. Esta vez, nuestro hombre se encontraba a tres kilómetros del punto sobre el que explotó la Fat Man .
    De nuevo volvió a sobrevivir a miles de grados centígrados, a la onda expansiva, a la radiación, y se convirtió en lo que los japoneses denominan «doble hibakusha»; héroes, inmortales, endemoniados. Una hazaña, a todas luces, imposible de explicar científicamente. En una explosión nuclear muere todo ser vivo en un radio de quince kilómetros. De hecho, todos los edificios dentro de esa área quedaron completamente destruidos. Ciento cuarenta mil personas murieron en Hiroshima y otras setenta mil en Nagasaki. ¿Cómo es posible que Yamaguchi burlara a la muerte en ambas ocasiones? Científicamente —insisto— es inexplicable. Es, por así decirlo, un fallo del programa, como si Yamaguchi fuera un bug y cada vez que se dieran las mismas variables saltara el error.
    La «sincronía», además, facilitó que este ciudadano japonés dedicara el resto de su vida a luchar contra el armamento nuclear con el ejemplo de su peripecia y su doble exposición a la radiación. De hecho, en más de una ocasión se refirió a su experiencia como un «destino» y un «camino sembrado por Dios» para transmitir lo que pasó.
    ¿Pueden ser estas «coincidencias» una especie de bug ? ¿Coexisten en universos paralelos el Yamaguchi que sobrevive y el que muere?

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