Stalin fue un ateo y Hitler, probablemente, no; pero incluso si lo fue, el resultado final del debate Stalin/Hitler es muy simple. Los ateos individuales pueden hacer cosas malas, aunque no las hacen en nombre del ateísmo. Stalin y Hitler hicieron cosas extremadamente malvadas, en el nombre de, respectivamente, el marxismo dogmático y doctrinario, y de una teoría acerca de la eugenesia insana y no científica teñida con desvaríos subwagnerianos. Las guerras religiosas se hacen realmente en el nombre de la religión, y han sido terriblemente frecuentes en la historia. No puedo pensar en ninguna guerra que haya sido realizada en nombre del ateísmo. ¿Por qué debería serlo? Una guerra puede estar motivada por la codicia económica, por la ambición política, por los prejuicios étnicos o raciales, por profundos resentimientos o venganzas, o por la creencia patriótica en el destino de una nación. Incluso es más plausible como motivo para la guerra la inconmovible fe en que la religión de uno es la única verdadera, reforzado por un libro sagrado que condena explícitamente a muerte a todos los herejes y seguidores de las religiones rivales, y asimismo promete que los soldados de Dios irán directos al cielo de los mártires. Sam Harris, como casi siempre, pone el dedo en la llaga en El final de la fe:
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