lunes, 29 de marzo de 2021

 Stalin fue un ateo y Hitler, probablemente, no; pero incluso si lo fue, el resultado final del debate Stalin/Hitler es muy simple. Los ateos individuales pueden hacer cosas malas, aunque no las hacen en nombre del ateísmo. Stalin y Hitler hicieron cosas extremadamente malvadas, en el nombre de, respectivamente, el marxismo dogmático y doctrinario, y de una teoría acerca de la eugenesia insana y no científica teñida con desvaríos subwagnerianos. Las guerras religiosas se hacen realmente en el nombre de la religión, y han sido terriblemente frecuentes en la historia. No puedo pensar en ninguna guerra que haya sido realizada en nombre del ateísmo. ¿Por qué debería serlo? Una guerra puede estar motivada por la codicia económica, por la ambición política, por los prejuicios étnicos o raciales, por profundos resentimientos o venganzas, o por la creencia patriótica en el destino de una nación. Incluso es más plausible como motivo para la guerra la inconmovible fe en que la religión de uno es la única verdadera, reforzado por un libro sagrado que condena explícitamente a muerte a todos los herejes y seguidores de las religiones rivales, y asimismo promete que los soldados de Dios irán directos al cielo de los mártires. Sam Harris, como casi siempre, pone el dedo en la llaga en El final de la fe:

     
    El peligro de la fe religiosa es que origina que seres humanos que en otros aspectos son normales, cosechen los frutos de la demencia y los consideren sagrados. Dado que a cada nueva generación de niños se les enseña que las propuestas religiosas no necesitan justificarse de la misma forma en que otras sí deben, las civilizaciones están todavía asediadas por los ejércitos del absurdo. Incluso ahora nos matamos unos a otros por literaturas antiguas. ¿Quién habría podido pensar que fuera posible algo tan trágicamente absurdo?
     
    Por el contrario, ¿por qué iría alguien tan lejos gracias a una ausencia de creencias?

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