viernes, 12 de marzo de 2021


 

Había 40 o 50 rutas diferentes, quizá más, cada caso era distinto, nunca llegabas a poder aprenderte ninguna de ellas, tenías que ordenar el correo antes de las 8 de la mañana para el reparto, y Jonstone no admitía excusas. Los auxiliares marcábamos las rutas de los paquetes de revistas, nos quedábamos sin comer y moríamos por las calles. Jonstone nos ponía a ordenar en cajas las rutas con media hora de retraso, dando vueltas en su silla, con su camisa roja.
    —¡Chinaski, coge la ruta 539!
    Empezábamos con media hora de retraso, pero se suponía que aun así había que ordenar y distribuir el correo a su tiempo y estar de vuelta a la hora prevista. Y una o dos veces por semana, ya bien rotos, apaleados y jodidos, teníamos los repartos nocturnos, cuyo horario era imposible, la furgoneta no podía ir tan deprisa. En la primera ronda tenías que repartir cuatro o cinco cajas y cuando volvías ya estaban de nuevo desbordantes de correo y tú apestabas, bañado en sudor, metiéndolo todo en las sacas. No echaba polvos, pero acababa hecho polvo. Todo gracias a Jonstone.
    Eran los mismos auxiliares los que hacían posible a Jonstone, al obedecer sus órdenes imposibles. Yo no podía comprender cómo a un hombre de tan obvia crueldad se le podía permitir ocupar ese puesto. A los regulares no les importaba un carajo, el enlace sindical no servía, así que rellené un informe de treinta páginas en uno de mis días libres, le envié una copia a Jonstone y la otra la entregué en el Edificio Federal. El empleado me dijo que esperara. Esperé y esperé y esperé.
    Esperé una hora y media y entonces me llevaron a ver a un hombrecito con el pelo gris con ojos de ceniza de cigarrillo. Ni siquiera me pidió que me sentara. Empezó a gritarme nada más cruzar la puerta.
    —¿Eres un listillo hijo de puta, no?
    —¡Preferiría que no me insultara, señor!
    —Listillo hijo de puta, eres uno de esos hijos de puta con mucho vocabulario que te gusta dar lecciones.
    Me agitó mis papeles delante de las narices y gritó:
    —¡EL SEÑOR JONSTONE ES UN BUEN HOMBRE!
    —No sea absurdo. Obviamente es un sádico —dije yo.
    —¿Cuánto tiempo lleva usted en Correos?
    —3 semanas.
    —¡EL SEÑOR JONSTONE LLEVA EN EL SERVICIO DE CORREOS 30 AÑOS!
    —¿Y eso qué tiene que ver?
    —¡He dicho que EL SEÑOR, JONSTONE ES UN BUEN HOMBRE!
    Creo que el pobre tipo estaba realmente deseando matarme. Él y Jonstone debían haberse acostado juntos.
    —Está bien —dije—, Jonstone es un buen hombre. Olvídese de todo el jodido asunto.
    Luego salí y me tomé el resto del día libre. Sin paga, por supuesto.

    Cuando Jonstone me vio al día siguiente a las 5 de la mañana, giró sobre su silla y su cara mostraba el mismo color que su camisa. Pero no dijo nada. No me importaba. Había estado hasta las 2 de la madrugada bebiendo y follando con Betty. Me eché hacia atrás y cerré los ojos.
    A las 7 de la mañana, Jonstone se volvió de nuevo. A todos los otros auxiliares se les había asignado trabajo o habían sido enviados a otras estafetas que necesitaban ayuda.
    —Eso es todo, Chinaski. No hay nada hoy para ti.
    Observó mi cara. Mierda, no me importaba. Todo lo que quería era irme a la cama y dormir un poco.
    —Vale, Roca —dije. Entre los carteros se le conocía como «La Roca», pero yo era el único que me dirigía a él de esta forma.

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