martes, 26 de enero de 2021

Bertrand Russell

 


El hombre rico de nuestros 

tiempos tiende a ser de un tipo muy diferente. Nunca lee. Si 

decide crear una galería de pintura con el fin de realzar su 

fama, delega en expertos para elegir los cuadros; el placer que 

le proporcionan no es el placer de mirarlos, sino el placer de 

impedir que otros ricos los posean. En cuanto a la música, si 

es judío puede que sepa apreciarla; si no lo es, será tan inculto 

como en todas las demás artes. El resultado de todo esto es 

que no sabe qué hacer con su tiempo libre. El pobre hombre 

se queda sin nada que hacer como consecuencia de su éxito. 

Esto es lo que ocurre inevitablemente cuando el éxito es el 

único objetivo de la vida. A menos que se le haya enseñado 

qué hacer con el éxito después de conseguirlo, el logro dejará 

inevitablemente al hombre presa del aburrimiento. 

 El hábito mental competitivo invade fácilmente regiones que 

no le corresponden. Consideremos, por ejemplo, la cuestión 

de la lectura. Existen dos motivos para leer un libro: una, dis-

frutar con él; la otra, poder presumir de ello. En Estados Uni-

dos se ha puesto de moda entre las señoras leer (o aparentar 

leer) ciertos libros cada mes; algunas los leen, otras leen el 

primer capítulo, otras leen las reseñas de prensa, pero todas 

tienen esos libros encima de sus mesas. Sin embargo, no leen 

ninguna obra maestra. Jamás se ha dado un mes en que Ham-

let o El rey Lear hayan sido seleccionados por los Clubes del 

Libro; jamás se ha dado un mes en que haya sido necesario 

saber algo de Dante. En consecuencia, se leen exclusivamente 

libros modernos mediocres, y nunca obras maestras. Esto 

también es un efecto de la competencia, puede que no del 

todo malo, ya que la mayoría de las señoras en cuestión, si se 

las dejara a su aire, lejos de leer obras maestras, leería libros 

aún peores que los que seleccionan para ellas sus pastores y 

maestros literarios. 


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