domingo, 20 de diciembre de 2020

Ramón Gener

 


Rossini es mi segundo referente imaginativo. Nació tres meses después de que muriera Mozart y su conexión con él es evidente. Ambos estudiaron en Bolonia cuando tenían catorce años con los mejores maestros de su tiempo. Al llegar a la ciudad, Rossini empezó a estudiar con el padre Mattei. Mozart, por su parte, había estudiado con el predecesor de Mattei, el padre Martini, quien hizo más que nadie para convertir Bolonia en un centro reconocido de estudios musicales. Martini había logrado reunir en el Liceo musical de Bolonia una biblioteca de más de diecisiete mil volúmenes. Muchos de estos volúmenes eran obras de Mozart que Rossini pudo estudiar. Algunos biógrafos de Rossini dicen que su verdadero maestro fueron esas partituras de Mozart y no una figura como el padre Mattei, un hombre de talante bastante conservador. Sin duda, la personalidad práctica, instintiva e imaginativa de Rossini y su legado musical se corresponden más con el espíritu universal de Mozart que con el del padre Mattei. En aquellos primeros años del siglo XIX , en los que la música de Mozart se tocaba y se conocía muy poco, las obras del genio de Salzburgo que Rossini halló en la biblioteca del Liceo musical de Bolonia resultaron ser una verdadera fuerza inspiradora. El mismo Rossini lo reconoció cuando dijo: «Mozart fue la admiración de mi juventud, la desesperación de mi madurez y el consuelo de mi vejez».

    La imaginación creativa y el optimismo de Rossini tampoco tienen límites. ¿Cuánta imaginación se necesita para componer El barbero de Sevilla en (supuestamente) trece días o para reutilizar su propia música y que siempre parezca nueva o para retirarse a los treinta y siete años, después de haber escrito treinta y nueve óperas? Rossini, igual que Mozart, también fue un ejemplo de precocidad. Escribió su primera ópera con tan solo catorce años. Mozart con once. Parece ser que, durante el invierno, le gustaba componer en la cama, bien tapado. Un día, mientras escribía, se le cayó de la cama la última página de la ópera que estaba escribiendo. Rossini, en lugar de levantarse para recogerla, volvió a escribirla. ¡Su imaginación creativa era tan grande que prefirió volver a escribir toda la página con música nueva que levantarse para recoger la otra!

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