martes, 22 de diciembre de 2020

 Por Esther Guadarrama Benavides


Alguna vez en un libro de amor basado en el Zen leí que “cualquiera podía ser el amor de tu vida, siempre que tú lo quisieras”. En el momento, me pareció una locura, pero la frase se me quedó en el tintero.

Me parece que la idealización de la pareja, es como un caldero de la bruja cuya receta quedaría más o menos así: a) Para las mujeres, una pizca de cuentos de princesas, garras de dependencia, con un toquecito de los deseos y expectativas de nuestros padres, lo que finalmente nos lleva al elíxir del tan deseado príncipe azul, que nos venden en botellitas. b) Para los hombres, un frasco entero de machismo extraído de una mamá permisiva, manipuladora y vengativa, mezclado con un toquecito de misoginia, una idea falsa de fidelidad, y por resultado obtenemos frasquitos de “la madre de mis hijos”. Lo que quiero decir, más allá de mi sarcasmo, es que estamos muy contaminados, hombres y mujeres, de todo lo que no puede ser, de todo lo irreal y absurdo con lo que vamos armados para encontrar una pareja o para idealizarla.

Pero el mundo real es diferente, y dejando un poco al margen las cuestiones económicas que sí tienen peso, creo que la búsqueda de la pareja se ha convertido en una lucha de poderes, en mujeres empoderadas, hombres desempoderados, duelos de titanes, pleitos sin sentido, en donde todo lo confundimos y tememos llamar a las cosas como son. En primer lugar, tenemos que ser muy claros con lo que queremos en la vida; lo que elijamos está bien, pero el primer punto es no engañarnos a nosotros mismos. Yo estoy convencida de que no todo el mundo se quiere casar y no todas las mujeres quieren tener hijos, y en muchas ocasiones yo dudaría de un instinto materno. Pero lo primero es una claridad concreta y sana de mis deseos, mis verdaderos deseos, no lo que quieren los míos para mí, no lo que la sociedad en la que estoy inmerso me solicita; mis deseos, los reales, lo que a mí me va a hacer feliz, porque esa es la base de todo, buscamos pareja para ser felices y eso, no debemos perderlo de vista. 

Creo que ahora hay tantas cosas que podemos experimentar, que es de repente difícil querer compartir tiempos y espacios cuando hay todo un mundo por descubrir. La independencia económica de hombres y mujeres, las libertades ganadas, la comunicación globalizada, generan una serie de distractores enormes que no facilitan el compromiso de pareja. Creo que estamos en una etapa de fascinación, me gusta esto y el otro y aquello más y puedo hacer, viajar, ir para allá y para acá, que suena muy egoísta, pero comprometerse parece una gran ancla. Ahora la contrapartida, subes, bajas, haces y deshaces, pero estás solo, porque las relaciones furtivas eso son, estrellas fugaces. Siempre ante la interrogante de la pareja ideal, la presión de que cuándo te vas a casar, si deseas tener hijos, y todo el paquete completo.

Retomando, en primer término es importante decidir lo que realmente se quiere hacer, porque en eso no hay bueno ni malo, sino deseos genuinos. Posterior a ello, entonces ver realmente qué quiero, pero también qué estoy dispuesto a dar. Porque es como querer un Corvette y llevar tres pesos en la bolsa para negociar el precio; pues sencillamente así no se puede. Ser realista, siempre mantener los pies bien puestos sobre la tierra o como dirían los chamanes, hay que sentarse en la tierra. Una persona que comparta sin problemas los gustos, pero que también tenga opinión, con quien puedas crecer y saque lo mejor de ti. En tema de pareja, creo que sólo hay quien saca lo mejor de ti y floreces en todos los aspectos, o saca lo peor de ti y en todo te va mal. Me parece a mí que es muy evidente cuando alguien no es adecuado o correcto; todo se comienza a ennegrecer, empezando por el carácter. Quien te lleve a la reconciliación con los tuyos, quien se sume a tu vida y no te reste, quien comparta y se comparta, esa persona es una buena pareja. Quien esté suficientemente seguro de sí mismo para no ser tu checador en todo lugar, quien quiera avanzar y superarse y no depender de ti como si fuera una sanguijuela por hermoso que esté por fuera, ese es ideal.

Lo ideal desde mi opinión no es un cliché, no es estereotipo; la pareja ideal es la que te haga feliz, te quiera y la quieras, con quien compartas momentos felices, tristes, de enojo y de todos los matices, pero que sean mayormente felices. Es obvio que no todo es miel sobre hojuelas, pero la miel es necesaria para mantener las hojuelas pegadas. Tolerancia, es una palabra básica; respeto es otra y una muy importante admiración mutua. La pareja ideal es una tarea de vida, es decir, la pareja ideal se construye en la convivencia diaria, en el paso del tiempo, en la aceptación de los momentos, en el cambio de las etapas de la vida, en guardar silencio y no decir lo que no se deba, porque tanta sinceridad hiere, y muchas veces sólo son momentos de revanchismo. Lo malo es que las palabras no se olvidan, quedan porque lastiman. Los detalles son importantes, el saber que eres importante para el otro y viceversa de miles de formas, en lo que le dices, pero en lo que haces también. Recordar días importantes, tener detalles que hagan saber al otro que lo recuerdas, lo esperas, lo amas. Y obvio es decir claramente lo que no te agrada sin ser agresivo, pedir lo que necesitas, porque el otro no lee tu mente, eso no existe por más que te conozca. Saber resistir los días malos y atesorar los días buenos, hablar sin gritar y sin sarcasmos. No ser violentos ni propiciar la violencia.

La pareja ideal es como lo dice el libro Zen, quien tú quieras que sea, pudiera ser cualquiera. Porque al final, el otro, aquel que quieras para ti, sólo será tu espejo. Siempre el camino comienza en el interior propio, puedes ver cómo estás, si ves el tipo de pareja que elijes. No es el otro el que está mal, no es mala suerte, es sólo tu interior reflejado en la elección del otro. A eso se refiere la frase Zen, quien tú quieres que sea, porque dependerá de quien seas tú realmente y como imán atraerás el reflejo de tu interior. Lo veo todos los días, con tantos divorcios; y cuando los evalúo, encuentro algo bien interesante en todos los casos, no son iguales, pero en la polaridad, son espejo uno del otro. No se equivocan cuando elijen, lo que no resisten es el reflejo de su interior exteriorizado en el comportamiento del otro, en el decir del otro, resulta demasiado confrontante y por eso imposible de sostener.

Más realidad y menos fantasía, más tolerancia y respeto, que esos son los abonos del amor.

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