Comprométete con tu esplendor. Cada vez que te veas en un espejo, recuérdate que lo que encuentra tu mirada no es un cuerpo cambiante, sino una invisibilidad que es de verdad tu yo supremo. Afirma, en silencio y en voz alta: Soy amor, soy Dios, soy digno, soy infinito. Hazlo a menudo, para que acabe convertido en un mantra interior. No es ejercitar el ego, sino despertar al increíble milagro que te constituye. Te ayudará a abandonar viejas pautas que manchaban tu relación personal con este universo y toda la belleza y perfección intrínsecas que alberga.
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