Aquí dejo algo en lo que pensar: si tienes un amigo que no le recomendarías a tu hermana, a tu padre o a tu hijo, ¿por qué sigues teniéndolo tú? Puedes decirme: por lealtad. Bueno, la lealtad no es lo mismo que la estupidez. La lealtad tiene
que negociarse de forma justa y honesta. La amistad es un arreglo recíproco. No existe ninguna obligación moral de respaldar a alguien que está haciendo del mundo un lugar peor. Todo lo contrario. Tendrías que quedarte con personas que quieren que las cosas sean mejores, no peores. Es algo bueno, no egoísta, elegir a gente que es buena para ti. Es adecuado y digno de elogio relacionarse con personas cuyas vidas mejorarían si vieran que la tuya está mejorando. Si te rodeas de personas que apoyan tus aspiraciones, estas no tolerarán ni tu cinismo ni tus tendencias destructivas. Al contrario, te respaldarán cuando hagas bien —a ti y a los demás— y te castigarán con delicadeza cuando no sea el caso. Una actitud así reforzará tu resolución de hacer lo que tienes que hacer de la forma más apropiada y sensible. Las personas que no aspiran a cosas elevadas harán justo lo contrario. Le ofrecerán un cigarro a un fumador que ha dejado el tabaco y una cerveza a quien está superando el alcoholismo. Se pondrán celosos cuando tengas éxito o algo te salga muy bien. Dejarán de estar ahí y de apoyarte o directamente te castigarán de forma activa. Invalidarán tu logro con alguna acción pasada suya, real o imaginada. Quizá intentan probarte, para ver si de verdad estás decidido, si de verdad te lo crees. Pero fundamentalmente lo que quieren es hundirte porque, al mejorar, estás poniendo aún más en evidencia sus propios defectos. Por eso mismo cualquier buen ejemplo es un desafío trascendental, y todo héroe, un juez. El David, la gran escultura de Miguel Ángel, interpela a quien lo observa desde su perfección: «Podrías ser más de lo que eres». Cuando te atreves a aspirar a algo más, evidencias las carencias del presente y la promesa que representa el futuro. Y entonces molestas a otros en lo más profundo de sus almas, allí donde entienden que su cinismo y su inmovilidad no se pueden justificar. Eres el Abel de su Caín. Les recuerdas que si dejaron de preocuparse no fue por los horrores de la vida, que son innegables, sino porque no quieren cargar con el mundo a sus espaldas, allí donde tiene que estar. No pienses que es más fácil rodearte de personas buenas y sanas que de personas malas y malsanas. No lo es. Una persona buena y sana es un ideal. Hace falta fuerza y valentía para estar al lado de ella. Pero ten algo de humildad. Ten coraje. Utiliza la cabeza y protégete de una compasión y una lástima demasiado acríticas. Traba amistad con aquellas personas que quieran lo mejor para ti.
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