martes, 1 de septiembre de 2020

Paco Ignacio Taibo II

Tienen en su columna vertebral a estos abogados que se interesaban por la astronomía, poetas que se transmutaban en generales, periodistas que se volvían ministros y que tenían que aprender a manejar la imposible deuda pública. Como registra Guillermo Prieto: “Zaragoza […] sastre y dependiente de comercio, Comonfort empleado oscuro de aduanas, Degollado empleado y contador de la catedral de Morelia”, y sigamos la lista sin don Guillermo: Aramberri, estudiante de ingeniería; el propio Prieto, panadero fracasado y poeta populachero; González Ortega, tinterillo; Ocampo, heredero agrario, provinciano erudito hasta la saciedad. Periodistas que para sobrevivir a la censura se volvían pajareros, como El Nigromante; orgullosos pero humildes, como Santos Degollado, que, siendo general, cosía los botones y remendaba la ropa de sus oficiales.
 Endiabladamente inteligentes, agudos, esforzados, laboriosos; personajes terriblemente celosos de su independencia y espíritu crítico, honestos hasta la absoluta pobreza. Incorruptibles, obsesionados por la educación popular, hijos de la iluminación, las luces, el progreso, el conocimiento, la ilustración, la ciencia.
Casi todos o eran poetas o eran lectores de poesía y poetas vergonzantes. Eran fervorosos periodistas en un país que no sabía escribir y confiaban en que el que leía le contara al que no lo hacía, cerrando el mágico círculo de la palabra.
Vivían en la retórica, apelaban a las grandes palabras, les gustaban los brindis, los discursos, las “coronas”, los homenajes, las arengas, las galas sin boato monárquico, pero con abundantes clarines y tambores. A cambio eliminaban los títulos para reducirlos al “don” y al “señor” y al mucho más novedoso y honroso cargo de “ciudadano”
Apelo a Carlos Monsiváis y extiendo su visión a la de todo el liberalismo rojo: “Juárez no es un prisionero de su tiempo […]. Si Juárez no es nuestro contemporáneo, ¿quién lo será entonces?”. Alguna vez dije, y la frase resultó en esos días medianamente afortunada, que de aquellos polvos salieron tolvaneras, que ahora, en nuestros días, se volverán tormentas.

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