martes, 13 de octubre de 2020

Walter Riso

A no ser que se trate de un paciente internado y bajo control médico directo, 
alejarse paulatinamente de la fuente de adicción no es la estrategia más 
recomendada. “Voy a consumir cada día menos crack”, puede resultar risible 
para los que saben del tema. La adicción no se rompe lentamente. Puede 
haber retrocesos, avances y recaídas, pero la lucha es a muerte. Para una 
persona con predisposición a la adicción, no hay medias tintas. Un sorbo, una 
fumada o el mínimo consumo puede ser definitivo para que la oscura puerta del 
vicio vuelva a abrirse. “Voy a dejar a la persona que amo porque no me 
conviene, pero poco a poco”, es como decir que me inyectaré menos. Es un 
típico autoengaño. En realidad, lo que queremos es prolongar la permanencia 
del estimulante afectivo. 

Una de mis pacientes llevaba una total doble vida. Tenía novio des hacía 
cuatro años, que le brindaba tranquilidad, estabilidad y fidelidad, y un amigo 
desde hacía tres, que le ofrecía emoción, lujuria y energía en proporciones 
abrumantes. Su razón marcaba un camino: alejarse del amigo porque se iba a 
casar con el novio. Su emotividad señalaba otro camino: terminar con el 
aburrido novio y entrar en un delicioso cortocircuito abierto y sin tapujos con el 
amigo. Ambos tiraban para su lado y la presionaban: “Casémonos” y “déjalo”. 
Lo que ella verdaderamente pretendía era rescatar lo mejor de cada uno, sin 
perder a ninguno. 

La situación se había vuelto insostenible. Llevar una vida por partida doble, 
no solamente era agotador sino que la fibra de la moralidad empezaba a 
resquebrajarse. La culpa no le daba tregua y la ansiedad la estaba matando. 
Luego de analizar sesudamente las opciones, decidió dejar al amigo, bajar las 
revoluciones y quedarse con la seguridad que el novio le ofrecía. Sin embargo, 
su elección todavía no estaba afianzada: “Pongamos una meta de dos meses, doctor… Yo creo que es más fácil si lo hago despacio…” Introducir el desamor 
paso a paso, es como colocar lentamente una jeringa para que duela menos. 
Como es obvio, ella no fue capaz, cada “mini” distanciamiento le empujaba a 
acercarse más. Cada reunión era una despedida a medio terminar, un acto 
inconcluso que había que volver a retomar, una excusa para seguir. Al cabo de 
dos meses de penosos intentos, me comunicó que había estado pensando 
mejor la cosa y que al que iba a dejar ahora era al novio. Su propuesta no me 
sorprendió demasiado: “Pongámonos una meta de dos meses doctor… Yo creo 
que es mejor… No quiero que él sufra…” En el momento de escribir este relato, 
ya han pasado cuatro meses de estar dejando al novio, y a veces, cuando la 
nostalgia de lo que podría haber sido hace mella, reconoce que el amigo, pese 
a todo, no llena totalmente sus expectativas. Atrapada sin salida. 


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