sábado, 4 de julio de 2020

Walter Riso

Merecer significa “hacerse digno de”. Expresiones como:  “Te entiendo”, “Lo 
acepto”, “Lo disfruto”, “Me alegro” o “Tu amor es un regalo”, son 
manifestaciones de aceptación y buena recepción. Si una persona no aprecia 
lo que le doy, no lo comprende o no lo traduce, el amor se deshace en el 
camino, no da en el blanco y desaparece. Un amor que no llega es un 
despilfarro energético de grandes proporciones. Podríamos entenderlo del 
siguiente modo: “No puedo amar a quien no quiere estar conmigo. Si no me 
aman, no me respetan o me subestiman, no me merecen como pareja”. 

Cuentan que una bella princesa estaba buscando consorte. Aristócratas y 
adinerados señores habían llegado de todas partes para ofrecer sus 
maravillosos regalos. Joyas, tierras, ejércitos y tronos conformaban los 
obsequios para conquistar a tan especial criatura. Entre los candidatos se 
encontraba un joven plebeyo, que no tenía más riquezas que amor y 
perseverancia. Cuando llegó el momento de hablar, dijo: “Princesa, te he 
amado con toda mi vida. Como soy un hombre pobre y no tengo tesoros para 
darte, te ofrezco mi sacrificio como prueba de amor… Estaré cien días sentado 
bajo tu ventana, sin más alimentos que la lluvia y sin más ropas que las que 
llevo puestas… Esa es mi dote…” La princesa, conmovida por semejante gesto 
de amor, decidió aceptar: “Tendrás tu oportunidad: si pasas la prueba, me 
desposarás”. Así pasaron las horas y los días. El pretendiente estuvo sentado, 
soportando los vientos, la nieve y las noches heladas. Sin pestañar, con la vista 
fija en el balcón de su amada, el valiente vasallo siguió firme en su empeño, sin 
desfallecer un momento. De vez en cuando la cortina de la ventana real dejaba 
traslucir la esbelta figura de la princesa, la cual, con un noble gesto y una 
sonrisa, aprobaba la faena. Todo iba a las mil maravillas. Incluso algunos 
optimistas habían comenzado a planear los festejos. Al llegar el día noventa y 
nueve, los pobladores de la zona habían salido a animar al próximo monarca. 
Todo era alegría y jolgorio, hasta que de pronto, cuando faltaba una hora para 
cumplirse el plazo, ante la mirada atónita de los asistentes y la perplejidad de la 
infanta, el joven se levantó y sin dar explicación alguna, se alejó lentamente del 
lugar. Unas semanas después, mientras deambulaba por un solitario camino, 
un niño de la comarca lo alcanzó y le preguntó a quemarropa: “¿Qué fue lo que 
te ocurrió?... Estabas a un paso de la meta… ¿Por qué perdiste esa 
oportunidad?... ¿Por qué te retiraste?...” Con profunda consternación y algunas 
lágrimas mal disimuladas, contestó en voz baja: “No me ahorró ni un día de 
sufrimiento… Ni siquiera una hora… No merecía mi amor…” 

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