miércoles, 15 de julio de 2020

Alex Rovira


Creo que amar son tres cosas. La primera es la voluntad de comprender la singularidad del ser y sus circunstancias. Tú amas a alguien cuando tienes la voluntad de comprenderle o de comprenderla mismo si no lo comprendes, pero tienes la voluntad. Amar es cuidar, amar es hacer algo que sea coherente con lo que declaras. No tiene ningún sentido que tú proclames el amor a alguien si no hay un comportamiento observable. Amar es inspirar para ayudar al ser amado a que construya nuevas realidades objetivas: que pueda llevar a cabo un proyecto, que pueda superar un examen, que pueda hacer un buen trabajo de investigación, que pueda darse el permiso de hacer algo que le da miedo. Pero inspirar también para nuevos sentidos a la vida. El que ama procura que el ser amado construya una narrativa interior que le sostenga especialmente en la adversidad, y las historias sirven para eso. Las historias nos inspiran, nos dan anclajes en la memoria, nos dan referentes de cómo ese personaje superó esa dificultad. Hay un libro maravilloso que se llama Psicoanálisis de los cuentos de hadas, que lo escribió Bruno Bettelheim y el prólogo de ese libro ya es una joya. Comienza más o menos así: Si queremos que nuestros hijos construyan un sentido en su vida, y recordemos que la vida objetivamente no tiene sentido, el sentido se lo da cada cual como puede, construyendo la narración interna que le va a sostener, los cuentos están para eso. Creo que se atribuía a Andersen, pero no estoy seguro que sea de Andersen, la frase que decía que los cuentos se escriben para que los niños duerman tranquilos y los adultos se despierten. Las historias crean imágenes mentales, crean arquetipos de enorme fuerza. Una narración sobre tu propia vida o sobre la vida de un ser amado o sobre un mito o alguien desconocido puede, en un momento determinado, actuar como un acicate o como una palanca que te lleve a una respuesta desde la fuerza interior, desde la voluntad de seguir, desde la voluntad de servir, por eso son muy importantes las historias. De hecho, decía Raimundo Lulio, el filósofo, que la palabra es el arma más poderosa, y es poderosa porque nos ayuda, sobre todo, a comprendernos, pero a trenzar historias que nos unen y que ayudan a dar sentido a la vida.

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